Del Interés al «INTER-ESSE» (Y al revés)  (III)

Paco Corraliza

PACO CORRALIZA:

El alemán Immanuel Kant, en su vida y en su filosofía, fue una persona metódica, tenaz, exhaustiva, contumaz y disciplinada hasta el escrúpulo. En su infancia y adolescencia recibió una estricta educación pietista. El pietismo fue una de las derivaciones del protestantismo luterano fundada por el teólogo alemán Philipp Jakob Spener, nacido en 1635 en Ribeauvillé, en Alsacia (entonces alemana, hoy francesa).

Nos dice Kuno Fischer: “esa disposición al rigorismo moral que en Kant observamos fue alimentada y desarrollada, sin duda alguna, por su educación pietista.”(1a) En este mismo sentido, escribió Max Weber (1905): “[En el puritanismo…], el frío cumplimiento del deber es moralmente superior a la filantropía sentimental; y la ética puritana aceptaría este principio lo mismo que Kant, quien, de origen escocés y fuertemente influido por el pietismo en su educación, se aproxima mucho al mismo en su imperativo categórico (y aquí no nos es posible mostrar más al detalle lo que deben al protestantismo ascético, en general, muchas de sus fórmulas).” (2)

Los padres de Kant profesaban el pietismo. Fue la madre de Immanuel (y el tutor de éste, el pietista F. A. Schultz, en el que “puso la madre de Kant toda su confianza”(1a)) quien, probablemente, más influyó en ese “rigorismo moral” (1a) de su “educación pietista”(1a) Nos dice Kuno Fischer: Kant tenía por su madre el más vivo afecto; recibió de ella desde sus primeros años una influencia decisiva […]. Hasta decía Kant haber heredado sus mismas facciones”.(1a) Y, con palabras del propio Kant: Nunca olvidaré a mi madre, ella es la que ha sembrado y fomentado en mi pecho el primer germen del bien; ella abrió mi corazón a las impresiones de la Naturaleza…” (1a) ¡Ah, Immanuel! Y, ¿qué persona sobre la faz de la Tierra y en el imperio de los milenios podría olvidar a la Mujer («receptáculo y manantial de Amor» decíamos de Ella en otro lugar) que es su propia Madre?

Aquel celo pietista era una especie de ensimismada obsesión «auto-purificadora» y «auto-judicativa», en ansiosa búsqueda de “la salud del hombre, no en las exteriores manifestaciones, sino en la edificación interior, en la interior pureza” (1a). Puede decirse que, en este sentido, la natural e instintiva protección maternal, es retraída, en Kant, hacia una «auto-conciencia» hipertrofiada, meticulosa y omnipresente que somete a enfermiza y torturadora «sobre-protección» al propio «sí-mismo» que la sustenta; o sea, al «Yo» (para Kant -1875- el auténtico yo” (3) es “voluntad como inteligencia” (3) -una expresión, por cierto, manifiestamente absurda por contradictoria, propia de un semidiós que quisiera abandonar el «semi-»). Un «Yo» que, a cada instante, ha de salvarse a «sí-mismo» con su propia y obsesiva «auto-conciencia» censora; un «Yo» sumergido en la nada de un «mundo inteligible» cuyo imaginario oído percibe, de continuo, una voz superior a la que llama «Razón», pues “el mundo inteligible sólo es […] un punto de vista que la razón se ve obligada a adoptar fuera de los fenómenos para pensarse a sí misma como práctica” (3) (1785). Y esta «Razón» que se ilumina y repliega sobre «sí-misma», ¿dónde está, Immanuel? Responde Kant (1785): “el hombre encuentra dentro de sí una capacidad por la cual se distingue de todas las demás cosas e incluso de sí mismo en tanto se vea afectado por los objetos; y tal cosa es la razón. Ésta, como espontaneidad pura, se alza incluso por encima del entendimiento.”(3) Difícilmente puede encontrarse, en tan pocas palabras, un desafuero autocomplaciente tan descomunal; por no decir tan brutal; tan egotista y autosuficiente. Muy propio, sin embargo, de un puñado de hombres particulares de la época, que se creyeron doctrinarios pastores e inmaculados aleccionadores de «el Hombre».

Y, ¿qué dice aquel «imperativo categórico» de Kant (1785), al que se refería Max Weber arriba, en una de sus «formulaciones» más conocidas? Que “todo ser racional [debe comportarse] de tal modo que la voluntad pueda considerarse a sí misma por su máxima, al mismo tiempo, como universalmente legisladora” (3). ¿Ley «Universal»? ¿Obligar (más bien tentar) a cada persona, en cada instante de su vida y creyéndose «iluminada» por una imaginaria «Razón Universal», a convertirse en «Juez-y-Parte» de su propio y ensimismado «sí-mismo»? Y, por metastásica y atroz añadidura, ¿proclamarse «Juez Universal» de todas las personas que pueblan y poblarán la terráquea faz?

Decíamos en otro lugar que el “el gas tóxico del «naturólatra» Rousseau se paseó dulcemente entre las neuronas de Kant”. Y es que la imperativa y «súper-racional» doctrina «psico-ideológico-moral» de Kant «el cant» resulta inconcebible sin lo escrito, antes que él, por la megalomaníaca Psique de Rousseau (educado en ambiente protestante calvinista). Ambos creyeron en una tiránica madrastra justiciera y espectral, vacía de Amor, a la que llamaron «Razón» y, en última instancia, creyeron, con desesperada autocomplacencia, en una impersonal e indolente «Naturaleza» sacralizada, imputándole intenciones judicativas y morales que no tiene; intenciones que, subrepticia e interesadamente, emanaban de los propios imputadores (ciegos a su propio «auto-interés»). De esta forma, subrepticiamente, las idealistas Psiques «auto-iluminadas» de los prohombres de la Ilustración incurrieron en la, quizá, más repugnante de las idolatrías materialistas: la «Psiquelatría», madre de todas las supersticiosas «psico-ideologías» que se propagaron por Europa, ávidas de conquistar Poder para sostenerse y prevalecer; concubinas a placer para interés de un Estado justiciero y coactivo, hiperactivo proxeneta.

Ahora, que hable el oráculo de Rousseau (1754; “oh hombre, de cualquier comarca que seas, cualesquiera que sean tus opiniones, eschucha; he aquí tu historia tal como yo he creído leerla, no en los libros de tus semejantes -que mienten-, sino en la Naturaleza, que no miente nunca” (4b)):

Rousseau (1750): “Es un espectáculo grande y bello ver al hombre salir de algún modo de la nada por sus propios esfuerzos, disipar por medio de las luces de su razón las tinieblas en las cuales la Naturaleza lo había envuelto, elevarse por encima de sí mismo, impulsarse por medio de su espíritu hasta las regiones celestes, recorrer con paso de gigante –tal como lo hace el sol- la vasta extensión del Universo y –lo que es aún más difícil- entrar en sí mismo para estudiar allí al hombre, conocer su naturaleza, sus deberes y su fin. Todas estas maravillas se han renovado desde hace pocas generaciones.” (4a)

Rousseau (1762): “Sin duda existe una justicia universal, que emana sólo de la razón.” (5)

¿No desesperan, hoy día, los ansiosos «social-€-burócratas» -últimos (¿?) entre los demagogos herederos directos de Rousseau-, por una «Justicia Universal»? La «Psiquelatría» (y su contraparte, la «Estadolatría») moderna, amigable lector, la más perniciosa, inhumana y mentirosa idolatría de todos los tiempos, tiene origen en la religionaria ética protestante €uro-continental; en la presuntuosa racionalización de lo moral, que encontró, por necesidad, en el Poder del Estado («€stado-Din€ro») un nuevo ídolo justiciero. Ni un solo ápice se equivocó en esto el estadólatra Hegel: (1820-): “la justicia y moralidad internas del Estado residen en la intimidad del principio protestante”. (6)

Replegarse en el «sí-mismo» («auto-interesarse»), ingresar en esa cárcel psíquica de prejuicios ingénitos y adquiridos para, desde ahí, juzgar al mundo entero; ¡qué nuevo y qué viejo resulta todo esto! ¡Tomar partido por «sí-mismo» y juzgar totalitariamente Historia y Universo…, olvidarse del Amor consciente, del comprensivo respeto,…! ¿Cabe una más terrible auto-condena? Nietzsche (1888): La mentira más común es aquélla por la que nos mentimos a nosotros mismos; mentir a otros es más bien un hecho relativamente excepcional. Pues bien, ese no querer ver lo que se ve; ese no querer ver algo «tal como» se ve, constituye la primera condición que ha de reunir todo el que tome, en algún sentido, «partido» por algo. Un hombre que toma partido se convierte forzosamente en un mentiroso.” (7)

 

(1) KANT, Immanuel. “Crítica de la razón pura” (I y II). Ediciones Folio, S.A. 2002. [edic. original 1781].

(1a) Citas de Kuno Fischer (1824-1907), en “Vida de Kant”, escrita siendo rector de la Universidad de Heidelberg, e incorporada como prefacio de la edición citada.

(2) WEBER,  Karl Emil Maximilian. “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”. Grup Editorial 62, S.LU. 2013. [escrito 1904-05].

(3) KANT, Immanuel. “Fundamentación para una metafísica de las costumbres”. Alianza Editorial, S.A.. 2012. [edic. orig. 1785].

 (4) ROUSSEAU, Jean-Jacques. “Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres (y otros escritos)”. Editorial Tecnos (Grupo Anaya, S.A.). 2010.

(4a) Primer discurso: “Si el restablecimiento de las ciencias y las artes ha contribuido a mejorar las costumbres”  [escrito 1750].

(4b) “Segundo discurso: “Sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres.”  [escrito 1754].

(5) ROUSSEAU, Jean-Jaques. “El Contrato Social”. Ed. Altaya, S.A. 1993. [Ed. original:  1762].

(6) HEGEL, Georg Wilhelm Friedrich. “Introducción general y especial a las «Lecciones sobre la filosofía de la historia universal»”. Alianza Editorial, 2013. [escritas década 1820].

(7) NIETZSCHE, Friedrich. Obras Selectas. “El Anticristo”. Edimat Libros, S.A. 2000. [escrito 1888].

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