La democracia que no nos hemos dado, la España que nos hemos endilgado

Viviendo en una caja

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Abordar la situación de nuestro país de forma honesta es algo que, en estos momentos, resulta tremendamente difícil por lo vergonzante y ridículo del contexto. Se vuelve tan evidente que padecemos el resultado de una sociedad enferma por su ausencia de valores, que uno no puede evitar sentirse decepcionado y entristecido al comprobar que -si me permiten la analogía- tiene que enseñar a sumar dos más dos a una audiencia, a la que un servidor, en su inconsciente e imperdonable ignorancia, suponía estaban ya instruyendo en conceptos de física avanzada.

Si hacemos el esfuerzo imaginativo de situarnos cien o doscientos años adelante en el tiempo, uno intuye que este país, esta nación, esta sociedad y todos los que la componemos, seremos juzgados con una tremenda severidad y desconcierto por aquellos que, una vez alcanzado un cierto estado de madurez colectiva, observen cómo la estupidez, la idiocia más profunda y la aplicación del pensamiento ilusorio y cargado de deseo, pueden alcanzar un clímax que llevó a todo un país a cometer unos actos carentes de toda lógica y de nefastas consecuencias para sí mismo.

No puedo evitar sentir una profunda sensación de ridículo cuando pienso que yo formo -formé- parte de este momento histórico y, por lo tanto, aun sin pretenderlo, es esta condición la que me hace copartícipe del rumbo disparatado de la sociedad española. Esto es lo que podemos comprobar cuando observamos el camino emprendido por las oligarquías catalanas pero también, y de forma absolutamente lógica y coherente por su condición, por el resto de facciones o partidos que controlan, gobiernan y componen el Estado español. La lucha de poder que se produce entre estas difusas o desdibujadas divisiones del Estado es lo que ha llevado siempre y lleva ahora, de manera palpable y evidente, a tratar de destruir España y crear unas fronteras ficticias y antinaturales dentro de ella misma. La enfermedad se transmuta en salud y se acepta lo patológico como algo deseable y aceptable. Todo se pretende hacer igual y uniforme, aunque para ello deje de ser libre y natural. España, desde este enfermizo enfoque, se convierte en discutida y discutible y se trata de desmenuzar en medio de una huida hacia ninguna parte.

Pero no solo es esto lo frustrante, que hasta cierto punto es asumible y además podría ser considerado como algo ajeno a la sociedad civil (como de hecho es, ya que se trata de un enfrentamiento oligárquico), sino que, lo que es más grave e inaudito, el resto de la opinión pública, el gran ejército de funcionarios dedicados a la investigación, la divulgación y enseñanza, los profesionales de los medios de comunicación, todas las supuestas mentes pensantes y brillantes de esta nación (lo que los ignorantes llaman erróneamente ‘mundo de la cultura’), permanecen impávidas e impertérritas ante lo que se desarrolla ante sus ojos, convirtiéndose así en cómplices y responsables morales de los hechos que se producen. Y no solo hablo de la situación puntual y coyuntural de Cataluña (algo de una tremenda importancia y que tendrá graves consecuencias en el futuro de todos) sino de la insostenible e indignante situación de sometimiento y humillación de lo que debería ser una ciudadanía madura y libre, ante un Estado ocupado por la casta más mediocre, incapaz y analfabeta que cabría pensar que puede dominar a todo un país como España, que por su historia, contexto europeo y occidental, y por su participación incuestionable en la configuración de nuestra civilización, puede ser considerada como una de las cunas de la humanidad.

En estos días, en los que asistimos a esta suerte de movimientos convulsos y espasmódicos de los partidos estatales -que recuerdan a la estética y la imaginería de las películas más clásicas de zombies- y escuchando a la persona que pone voz, personifica y lidera las ideas que defendemos los que formamos parte del MCRC, Antonio García- Trevijano, viene a mi mente el concepto: thinking outside of the box.

Para comprender esta idea tan simple, relacionada con la creatividad, pero sobre todo con la autoconciencia y el conocimiento del posicionamiento estratégico que ocupa uno mismo en el mundo que nos rodea, nos resultará de utilidad ilustrarlo con un ejemplo muy clásico; el acertijo de los 9 puntos que deben ser unidos, con tan solo cuatro líneas rectas y sin levantar el lápiz del papel donde estos han sido  dibujados.

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Unir los nueve puntos negros utilizando para ello sólo cuatro líneas rectas y sin levantar el lápiz del papel

Resolver este simple pasatiempo se torna en una tarea sencilla a posteriori; cuando ya se conoce la solución. La clave para ello consiste en salirse del paradigma gráfico en el que uno mismo se encierra de forma inconsciente -al analizar superficialmente el contexto del problema- y practicar el concepto del que hablaba: pensar fuera de la caja. La mayoría de las personas poseen una tendencia instintiva (y en cierta medida es algo bastante lógico desde un punto de vista evolutivo) a crearse esa ‘caja’ mental y a auto-limitar así su forma de pensar. Encierran su pensamiento dentro de una caja ficticia (representada en este ejercicio por los nueve puntos que parecen sugerir unos límites)

Solución del problema
Solución del problema

Otras personas sin embargo, y este es el caso de Antonio García-Trevijano, son capaces de localizar el contexto global y mucho más amplio, no para eludir una realidad que es incuestionable, no para deformar el tamaño de esa caja ficticia o violar las reglas del enunciado, sino para encontrar la solución al problema y hacerla aplicable precisamente en la caja misma, en el marco de referencia. El trazado debe salir de una zona en la que nunca estuvo confinado para lograr unir esos puntos.

Conocer nuestra situación en el mundo, saber -ampliando el ejemplo al universo conocido por la ciencia- que nuestro planeta es una simple acumulación de materia de forma esférica vagando por el espacio, no nos permite (por ahora) prescindir y escapar de él, pero sí utilizar este conocimiento en nuestro beneficio propio y mediante esta sabiduría, lograr importantes avances tecnológicos y de naturaleza creativa que no serían posibles varios siglos atrás cuando el zeitgeist, el espíritu de los tiempos, el paradigma vital, estaba dominado por otros conocimientos que restringían y limitaban nuestra visión, impidiendo así alcanzar soluciones óptimas y que precisan de una contextualización más global.

Una vez tenemos clara la imagen, cuando incorporamos a nuestra mente una imagen holística y completa del problema, siempre resulta mucho más sencillo hallar las soluciones. Retornando a la situación política española y abandonando el discurso más teórico o conceptual, comprobamos cómo la resolución del “atoramiento” en el que nos encontramos y que ha producido estos niveles inaceptables de corrupción, crisis económica y anímica generalizadas, se encuentra afrontando las causas (y no los efectos o consecuencias sociales), como pretenden -y así lo manifiestan- la inmensa mayoría de supuestos intelectuales y tertulianos mediáticos de nuestra tragicómica patria. No se trata de un debate de anhelos y deseos enunciados tras los barrotes de una cárcel en la que uno nunca estuvo; se trata de afrontar los hechos y la realidad que se muestra ante nuestros ojos, para que, mediante ella y sin obviarla, logremos recuperar la cordura y la madurez colectiva que hemos extraviado a causa del miedo a perder nuestro bienestar individual.

En ausencia de ideologías, de visiones parciales -y por tanto, de parte-, se puede encontrar la perspectiva suficiente, la calma y la claridad de ideas, como para hacer un análisis medianamente objetivo y que difícilmente se puede lograr desde otros ámbitos. Ningún país puede avanzar despojando a una de sus partes de su honor -como sucede en el nuestro- y tratando de someter y humillar a lo que equivocadamente considera como el enemigo (ya sea la sociedad civil en su conjunto o bien unos bandos creados artificialmente tras la última Guerra Civil). Solo con la lealtad, el respeto profundo y el reconocimiento de todas las partes se puede lograr la democracia y la libertad política colectiva. Ni siquiera es necesario el diálogo o el talante; basta con un sistema legal garantizado por un poder independiente que asegure las reglas de un juego justo en el que ninguna parte se encuentre en desventaja frente a la otra. Donde el individuo pueda encontrar el amparo y el cobijo frente a el poder de muchos. Algo tan simple y que al no existir esta independencia judicial, no se puede dar.

Incluso para los enemigos de la libertad y la democracia, que existen y no son pocos, se hace irrespirable esta atmósfera de hipocresía, basada en una falsedad de conceptos y donde la apariencia se coloca por delante de la realidad para ocultar la naturaleza de lo que las cosas son. ¡En España no hay, ni ha habido nunca democracia!. No es una opinión, es un hecho objetivo y contrastable, analizable y repetible desde cualquier punto de vista que se tome, ya que el origen del poder se encuentra en los partidos y no en la ciudadanía. En España no hay ciudadanos, lo que existen son súbditos.

En el gran bazar en el que se ha convertido el Estado español, cada una de sus facciones, de sus partidos (como les gusta etiquetarse a ellos) decora el escaparate colocando sus muñecos con grandes sonrisas y gestos amables, destinados a seducir al transeúnte, que aquí, en nuestra arcadia socialburócrata llamamos votante. El que vota, paga y tolera sin rechistar. Un modelo de súbdito adiestrado para ser sumiso y consumir el menú, que cada una de las facciones elaboran, para sus ya adormecidos y entumecidos paladares. En la fantasía delirante de Europa, el acto de votar es una cuestión litúrgica y de fe. No implica mandato, ni otorga poder, ni genera criterio. Se trata simplemente de poner una rúbrica casi obligada a esos personajes que los partidos eligen para encajar en los diferentes perfiles y colectivos a los que van dirigidos; lo que los expertos en comercio entienden como un “estudio de mercado”.

El poder que emana de los partidos políticos y que solamente mediante sus pactos, mediante su consenso y su reparto de los bienes del Estado, consigue someter a la sociedad civil e impide su desarrollo y libertad política, es la causa suicida que ha conducido a la situación de profundo deterioro actual. No es que sea su disposición genética la que origine la corrupción y el degradamiento social y moral, es que la propia naturaleza del sistema, los pactos entre las cúpulas de los partidos, realizados a espaldas del pueblo gobernado, conducen, como bien intuyó Antonio García-Trevijano, de forma inevitable hacia lo que sufrimos en la actualidad.

Colectivistas e individualistas, altruistas y egoístas, progresistas y conservadores, objetivistas y subjetivistas, clérigos y laicos, quedan todos anulados y disueltos como azúcar en el agua, dentro del engrudo pringoso del consenso que se realiza a espaldas del conjunto de la sociedad y de los individuos que la componen. Cualquier nacionalismo -y mucho más aquellos que, como el catalán, no tienen una base histórica objetiva- supone una patología política, un atraso infantil, que de forma indiscutible -y casi científica- puede ser considerado como dañino, perjudicial y coercitivo para los intereses de bienestar, de avance y de evolución hacia la madurez de cualquier sociedad moderna.

Tenemos la obligación histórica y moral de arrebatar el poder a la casta política que ahora se aferra al poder (y que por tanto lucha para no perderlo) para ponerlo en las manos de quienes siempre debieron tenerlo y que no son otros que los ciudadanos, a través de sus representantes electos, para que recompongan esta vieja y maltrecha nación. Debemos asumir, aún sin resignación, que continuarán existiendo grados de desigualdad, que, por desgracia, seguirá existiendo la injusticia social que preocupa a los colectivistas, pero al menos -y no es poco- habremos logrado la libertad colectiva. Solo desde ella dispondremos de la plataforma estable y eficiente para desarrollar las luchas particulares e ideológicas o de intereses que puedan permitir alcanzar un equilibrio más benigno para todos. El sistema de representación y separación de los poderes nos dará la fuerza suficiente como para enfrentarnos con dignidad a los futuros retos que la humanidad habrá de encarar. La debilidad se encuentra precisamente en aferrarse y abrazar el falso paternalismo de las oligarquías de los partidos estatales. Nuestra debilidad es aprovechada por las nuevas siglas de la escena política, que han sido creadas y diseñadas para alimentarlo.

Lascia ch’io pianga

mia cruda sorte,

e che sospiri

la libertà;

e che sospiri…

e che sospiri…

la libertà.

 

Y ahora, ¡corran… corran todos a votar!

 

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