Revista de medios de abril de 2022

Víctor Lenore analiza una campaña publicitaria, donde, en su opinión, se presenta una glamurización de la pobreza: «Más que proponer una condena moral, resulta interesante analizar el vídeo porque recoge cierto espíritu de época, una versión persistente de las élites económicas y culturales de nuestro tiempo. En 2030 no tendrás nada y serás feliz», reza una de las frases más inquietantes y repetidas en el Foro de Davos, concretamente en el documento «Ocho predicciones para el mundo en 2030», publicado en noviembre de 2016. No esconden que existe un plan corporativo global para ofrecer «servicios en vez de productos», sin modificar el hecho de que las grandes fortunas globales sigan acaparando las infraestructuras materiales. Este enfoque es parte de la famosa Agenda 2030, el plan simbolizado en esa chapita que exhiben varios miembros del gobierno de España. Cualquier lector fiel de El País y de otras cabeceras progresistas sabe que no se trata de un hecho aislado, sino de una tendencia extendida y reiterada que fomenta la resignación en la vida de los pobres (o de la clase media venida a menos). Tras analizar algunas manifestaciones de esta tendencia, adobada de anglicismos, Lenore se plantea una inquietante conclusión: «¿Tan loco es pensar que detrás de todo esto existe, si no un plan, sí una ideología dominante interesada en el conformismo social? ¿Por qué solo defienden estas tesis gente rica que -como mucho- abandona sus privilegios durante unas horas o días con objeto de airearse? Estamos, sencillamente, ante el reflejo cultural de un proceso político, económico y empresarial global, que no parece que vaya a remitir a corto plazo.»

Un anuncio publicitario lleva a Ignacio Ruiz Quintano a reflexionar sobre la naturaleza totalitaria del Estado moderno: «El Estado: Todo en el Estado, todo por el Estado, nada sin el Estado» anuncia una caja negra (¡como la de los aviones!) para el coche. Es su derecho de pernada: poseer, grabadas, nuestras últimas voluntades. […] Y quien anunció este fascismo prêt-à-porter de la caja negra que engorila a los estatalistas con utilitario fue Walter Lippmann, periodista (cuando el oficio requería de conocimientos) que puso en circulación el concepto de Guerra Fría, y que en A Preface to Morals, una recogida de platos rotos del liberalismo, describe, ¡en 1929!, los rasgos característicos del totalitarismo contemporáneo, infinitamente más opresor que el absolutismo de las monarquías en la modernidad. No importa, dice Lippmann, el origen del derecho a gobernar: «Un Estado es absoluto en el sentido que tengo en mente cuando reclama el derecho a un monopolio de toda la fuerza dentro de la comunidad, para la guerra, para la paz, para reclutar, para cobrar impuestos, para establecer la propiedad y para privar de ella, para definir el crimen, para castigar la desobediencia, para controlar la educación, para supervisar la familia, para regular los hábitos personales y para censurar las opiniones. 

El Estado moderno reclama para sí todos esos poderes y, por lo que respecta a la teoría, no hay ninguna diferencia real en el alcance de esa reclamación entre comunistas, fascistas y demócratas.»

El mismo Ruiz Quintano recuerda el papel de la guerra como principal instrumento de expansión del Estado: «La guerra, dice Cavanaugh, es el instrumento de expansión del Estado. Guerra y Estado poseen idéntica conexión que religión e Iglesia. América era una Nación sin Estado (esto lo explica Dalmacio Negro, que aquí sólo contamos con un folio), y la guerra le ha proporcionado un Leviatán que ni soñó Luis XIV. La absorción de la sociedad civil por el Estado en la América contemporánea se produjo, según Cavanaugh, de tres maneras: crecimiento (por la guerra) del Estado, debilitamiento de las asociaciones intermedias y simbiosis entre Estado y empresa. En 2011, 11 de los 16 gabinetes ministeriales y todos los organismos federales habían salido de la guerra. La IGM incrementó un mil por ciento los gastos del gobierno. Después de la IIGM, el Estado burocrático fue el rasgo del paisaje, y siguió creciendo… con Reagan. La “guerra contra el terrorismo” supuso un Departamento de Seguridad Nacional con 170.000 agentes, segunda institución tras el Pentágono, cuyo programa Total Information Awareness reúne información sobre cada ciudadano a partir de los datos de las tarjetas de crédito, historiales médicos, multas, registros de viviendas… 

El Estado-nación realiza la reivindicación que el Estado absolutista sólo podía formular: acceder a gobernar la vida cotidiana dentro de un territorio determinado

A vueltas con la naturaleza del Estado, y la negativa del «Estao» español a bajar impuestos, concluye que: «Nadie mejoró aún la descripción del Estado-nación moderno que hizo en los 90 el sabio escocés MacIntyre (por Dios, no confundir con Innerarity) en “Una respuesta parcial a mis críticos”: sea cual fuere su disfraz, decía, el Estado-nación moderno “es una institución peligrosa y de trato imposible, puesto que, por una parte, se presenta a sí mismo como un proveedor burocrático de bienes y servicios que siempre está a punto de dar a sus clientes una buena relación calidad-precio, pero de hecho  nunca lo hace; y por otra, como el depositario de unos valores sagrados que de vez en cuando nos invita a dar la vida por él…

 – ¡Es como si se nos pidiera dar la vida por la compañía telefónica! 

El Estado, desde luego, es una máquina tan artificial como la compañía telefónica, y su triunfo en Europa se debió, según Charles Tilly, a su formidable capacidad para extraer recursos de la población local y, a la vez, para contener los esfuerzos de esa población por resistirse a esa extracción. El español es estadólatra, y cuando se pone culto habla del “Estao” como un griego hablaba de la “Estoa”. Para decir “Estao”, Marlasca, un trepa de provincias que llegó a ministro de la porra en la capital, pone boca piñonera de aristócrata homérico, muy “vieux jeu”, y fascina a los pazguatos. El “Estao” se adapta como un guante a nuestra cultura católica porque el Estado absorbió a la Iglesia (como el felipismo al franquismo), y por eso su salmodia “no se pueden bajar los impuestos” nos suena. El estatalismo es la fanática religión del españolejo, con sus clerizánganos, sus pasioneros, sus capigorrones, sus curitas y sus frailones de misa y olla pasando por las televisoras del “Estao” el cepillo para el culto, que será Bolaños, que una vez ganó unas oposiciones al “Estao”. Ofenderían menos diciendo que es para la compañía telefónica.»

En el caso de la denuncia contra la ministra Margarita Robles por blanqueo de capitales y fraude fiscal, Luis Escribano señala que «La prescripción de delitos es otro ejemplo claro del VELO DE IMPUNIDAD con el que se protegen los políticos en este régimen partidocrático, abusando de su facultad de legislar. Si la nación pudiera controlar a los diputados, estas aberraciones no ocurrirían».

El analista Francisco Lázaro reflexiona en su muro de Facebook sobre la guerra de Ucrania y su cobertura informativa (Ucrania y la quiebra informativa en Occidente): «A lo peor estamos en guerra y no nos hemos enterado El súbito desplome de los niveles de calidad en la práctica informativa de los medios occidentales, en cuanto a contenidos, narrativa y ética profesional, hace pensar en un sistema de propaganda dirigido por el Estado y no en esa infraestructura cotidiana que sirve para traer la noticia al ciudadano de a pie. Videos trucados procedentes de redes sociales, intervenciones micrófono en mano de becarios con casco alemán de la Segunda Guerra Mundial, flashes, escenas, opiniones, eslóganes, aclamaciones públicas, titulares y retórica sensacionalista por doquier. Del otro lado no sabemos lo que se está haciendo, porque Google y otras redes sociales no lo difunden. Todo lo relacionado con fuentes informativas rusas está bloqueado por mandato de los gobiernos europeos en estrecha colaboración con las grandes empresas de Internet. Algunos usuarios influyentes que ponían en entredicho un discurso oficial al estilo Tarzán-Zelensky bueno, Rusia mala- han visto cómo sus cuentas en Facebook y Twitter eran canceladas, sin explicación alguna o con veladas insinuaciones de haber incumplido condiciones de uso. También se ha mandado al exilio interno a periodistas de renombre. No por difundir propaganda del Kremlin, sino por limitarse a hacer lo que cualquier corresponsal mínimamente cualificado ha hecho toda su vida: informar desde posiciones imparciales y contrastadas. Si esto no es el montaje típico de un país movilizado, poco le falta. A una escala sin precedente, los medios informativos públicos y privados están siendo utilizados con finalidades de adoctrinamiento. Más preocupante todavía es la polarización que semejante estado de cosas induce entre la ciudadanía. Internautas, parroquianos de bares, compañeros de trabajo e incluso gente normal durante las celebraciones familiares se rompen los cuernos discutiendo sobre si la matanza de Bucha es tan real como muestran las imágenes del telediario, o tan solo un montaje propagandístico de EEUU. Situaciones que por cierto ya se habían vislumbrado durante la pandemia. De hecho, podemos considerar este ambiente de crispación en torno a la guerra de Ucrania como una prolongación de aquella paranoia colectiva existente durante estado de alarma del Covid-19, y que los gobiernos europeos no pudieron o no quisieron impedir. Está claro que Europa tiene en este conflicto intereses que nos afectan a todo. Pero, ¿el fin justifica los medios? ¿Resulta coherente el uso de la más burda propaganda visual y del sentimentalismo barato con nuestro ideal democrático y de libertades ciudadanas? En otras guerras de nuestro tiempo (Kuwait, Los Balcanes, Irak y contra el Estado Islámico) hubo un sistema de información cualificado, basado en crónicas serias hechas por periodistas profesionales y en la libertad de expresión. Y aquello funcionaba. Lo que vemos tiene también mucho que ver con las limitaciones de nuestra clase política, de su falta de preparación y su incapacidad de ir más allá de sus funciones meramente representativas para abordar la resolución de los problemas que verdaderamente importan. Es precisamente para distraer de estos problemas por lo que se ha resuelto implantar una estrategia informativa sensacionalista, maniquea y populachera, censurando opiniones divergentes y presionando a los medios para que se hagan eco del interés político, al peor estilo de William Randolph Hearst y la voladura del acorazado Maine en vísperas de la Guerra de Cuba en 1898. Llegados a este punto, solo queda saber si la propaganda rusa es de mejor calidad que la nuestra.»

En su informe mensual sobre la situación del Covid (balance de marzo) Miguel Sebastián analiza las variadas estrategias de actuación (de la cero covid a la de «covid infinito») y comenta con preocupación el caso de España: «El Ministerio de Sanidad sorprendió al anunciar que dejaba de publicar los datos de diarios de incidencias. Ni siquiera Ucrania, en plena guerra, ha dejado de publicar datos.  Además, se ha decidido que los test no se tendrán en cuenta, excepto para casos de personas en grupos de riesgo. Desde el 28 de marzo, tampoco se exigirá la cuarentena de los infectados asintomáticos o de los casos «leves», aunque nadie ha definido qué es un caso «leve». ¿Se trata de una percepción subjetiva, de la capacidad de aguante de una persona contagiada o hay algún criterio objetivo para definir esos casos? La pregunta es ¿por qué se dejan de publicar los casos si las cosas van relativamente bien, al menos en relación con otros países? Probablemente porque se temen que pueda repuntar, como ha ocurrido en Reino Unido o Alemania. Lo mejor es no hacer test y, de hacerse, no publicar los resultados. La medida tiene una mezcla de autoritaria y paternalista. Autoritaria, porque parte de la base de que los datos son de los gobiernos o de los funcionarios. Pero, en una democracia consolidada, los datos son de los ciudadanos. Paternalista, porque la premisa es que los datos pueden crear «alarma social», cuando la gravedad de la pandemia se ha reducido significativamente. Que se haya reducido la letalidad es evidente, como recoge la Tabla 3. Pero sigue siendo muy alta. Recientemente, un conocido periodista decía que la «situación de China (alarmante) no tenía nada que ver con la de España».  Estoy de acuerdo con él. En el mes de marzo, en China se han registrado casi 40.000 infectados. Una barbaridad, para los estándares de ese país. Pero es que en España en ese mismo mes se han contagiado 516.000 personas. En cuanto al número de fallecidos por Covid, en España en marzo se han contabilizado 2.728. En China, 2. Y todo ello sin dividir por población. Por tanto, la mayor o menor gravedad de la situación también es algo subjetivo, como lo es la sensibilidad social hacia los fallecimientos. Por todo ello, la «alarma social» es un derecho de los ciudadanos, como lo es la disponibilidad de los datos. ¿Se imaginan que un gobierno deja de publicar el IPC porque crea «alarma social»? ¿O que deja de publicar el IPC general y sólo da a conocer la «inflación subyacente» porque es más que suficiente para lo que los ciudadanos necesitan en su vida cotidiana?»

Víctor Lenore analiza una tribuna de Daniel Bernabé en El País llamada «el momento Berlinguer» en la que «criticaba cariñosamente a Pablo Iglesias por haber retomado la retórica antisistema y pedía un regreso al enfoque institucional.» como síntoma de «la creciente comodidad de la izquierda del PSOE con las instituciones del Régimen del 78, a las que ahora pretende “demostrarse útil” (para su «pervivencia» y para “aportar estabilidad”)». A tal «momento Berlinguer» (en referencia al eurocomunista italiano) opone Lenore un «momento Polanyi»: «El antropólogo húngaro Karl Polanyi, autor del clásico La gran transformación (1944), ha sido señalado como clave para interpretar las crisis del presente, entre otros por intelectuales de referencia en la izquierda del PSOE tan diferentes como Jorge Tamames, Manolo Monereo, César Rendueles, Alberto Santamaría y Rafael Poch (que prologa la última publicación del maestro en España, Europa en descomposición, en la editorial Virus). Por supuesto, Bernabé está hablando de un referente político que conviene a la mera supervivencia institucional de Unidas Podemos, que es la mentalidad instalada en el partido hace tiempo. Por el contrario, la lista de cinco autores que destaco se —todos ellos sin salario del partido— se centran en analizar la batalla política popular (que la izquierda va perdiendo por goleada). La tesis fuerte de Polanyi es que el capitalismo es una utopía política extrema, ya que la normalidad histórica consiste en que el mercado siempre ha sido un espacio subordinado en las sociedades humanas, cuyo centro está en lazos distintos al intercambio económico (familiares, religiosos, derivados de la costumbre, etcétera). El caso es que Polanyi se ha vuelto un referente incómodo para la izquierda del PSOE porque son los partidos de derecha radical —basándose en pensadores tradicionalistas— quienes han comprendido y aprovechado este enfoque mejor que ellos, disputándoles amplias capas de votantes. Lo explicó, de manera cristalina, Manolo Monereo, exdiputado de Unidas Podemos, tras el triunfo electoral de Donald Trump: «La ‘hipótesis Polanyi’ es que hay un movimiento cíclico, lo que llamaríamos un ciclo antropológico-social, caracterizado por la implementación de políticas radicales promercado y la reacción de la sociedad ante ellas y, sobre todo, a sus enormes sufrimientos sociales. Habría un ciclo A de ejecución y un ciclo B de respuesta. La globalización capitalista vive ya en este ciclo. Ha habido una primera etapa de globalización triunfante, de liberalización progresista y de una coalición cosmopolita de clases en favor de ella. Desde la crisis del 2007 estamos viviendo una fase B, es decir, una insurrección global plebeya, nacional-popular (de nuevo, perdóneseme el esquematismo) contra una globalización percibida ya como depredadora, alienante y crecientemente incompatible con los derechos sociales, con la democracia y, más allá, con la dignidad humana”, resumía en noviembre de 2016. Más claro todavía: “Lo que está en crisis es la globalización capitalista y, como siempre, esto tiene, al menos, dos salidas: hacia el autoritarismo oligárquico o hacia la democratización social. En medio, no hay ya nada, solo las lamentaciones de unas viejas izquierdas sindicales y políticas que se hicieron neoliberales y que ya no son capaces de entender la sociedad y, mucho menos, de transformarla”, remata Monereo. Aunque el texto de Bernabé tiene tono propositivo, más bien resulta notarial: hace tiempo que el partido morado está por «aportar estabilidad» al sistema. Mientras el pueblo rechaza la globalización y sufre sus estragos, los altos cargos del gobierno de coalición lucen la chapa de la Agenda 2030.»

Luis Escribano sigue denunciando las ilegalidades de la administración en Andalucía: «El ayuntamiento de Torrox es el ejemplo claro de lo que nunca debe hacerse en una organización pública, financiada con dinero de todos los contribuyentes, con pluses fijos de hasta 27.000 euros para algunos funcionarios, en un municipio con menos de 19.000 habitantes. Y si ocurre sin consecuencias para los responsables, es porque en este régimen partidocrático nunca pagan los culpables, sino todos, gracias a los votantes de unos y otros partidos que perpetúan la partidocracia.»


Vox pide a concejales de Ciudadanos que dejen el partido ya si quieren ir en sus listas en 2023.
La noticia señala crudamente que el partido-agencia de colocación de la casta política partidocrática exige a los aspirantes de otras marcas en previsible bancarrota que dejen sus actuales puestos de trabajo, si desean colocarse en la empresa que parece prometerles un futuro más estable. En esta pura transacción comercial no cabe hablar de programas, ideologías, o ¡qué cosas dice usted! de representación política del elector. La misma información se cierra sintomáticamente indicando que dicha empresa de la industria política de reparto del poder y de cargos a costa de los ilusos votantes prohibirá las «primarias», vano paripé que no hace que estorbar las decisiones inapelables de un Comité Ejecutivo destinado a «supervisar y dirigir» a su «personal». Que aprendan, pues, de eficacia en Inditex, aunque esta empresa, a diferencia de aquélla no pretende decidir sobre la vida y hacienda de sus «accionistas». Pero, ¿quién se atrevería a decir que esto no es una democracia representativa?
Moreno Bonilla anunciará esta tarde que las elecciones andaluzas se celebrarán el domingo 29 de junio. Luis Escribano comenta certeramente esta nueva fiesta de las facciones del Estao partidocrático para colocar y colocarse cuatro años más a cargo del iluso votante: «Se acerca la campaña de las grandes mentiras de todos los partidos. Les puede el ansia por llegar, conservar o ampliar el poder. Y lo digo bien en singular, porque los tres poderes del Estado están fusionados en uno solo, y como ocurre en todas las elecciones, nadie controla al personal eventual, laboral y funcionarios que pudieran dedicarse, desde la disolución del Parlamento hasta el día de las elecciones, a elaborar informaciones que soliciten los cargos públicos de los partidos gobernantes de la Administración de la Junta de Andalucía para su uso en la campaña electoral, en vez de dedicarse a trabajar para la Administración que paga sus nóminas. El personal eventual y el resto de los empleados públicos no trabajan para los partidos políticos, sino para los ciudadanos.»
Deseamos, pues, desde aquí a todos los andaluces una feliz fiesta de la abstención electoral activa, una de las formas pacíficas conocidas de fomentar la democracia representativa.

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