¿Por qué no se puede medir la corrupción?

Medir la corrupción: una tarea imposible

España: «el país más rico del mundo»

Era un día cualquiera de estos veraniegos en una estación de servicio de una autovía cualquiera. Un señor, que probablemente se llamaba Juan, se había parado allí para llenar el depósito de su vehículo. El responsable de la gasolinera se le acercó y, como era de costumbre en las estaciones de servicio —hasta que la costumbre también se perdió por aquello de reducir costes y denominarlas low cost—, le preguntó a Juan cuánto combustible quería echar y procedió a repostar su coche. En ese minuto o dos que duró el repostaje, charlaron del asfixiante calor, de lo caro que se había puesto el litro y «de este país de trápalas y ladrones». Fue entonces cuando el gasolinero detuvo el repostaje y se puso verdaderamente serio: «una cosa le voy a decir: ¿sabe usted que España es el país más rico del mundo?». Juan, extrañado por aquella pregunta y con cierto aire de escepticismo, le contestó como el mejor de los gallegos: «ah, ¿sí? ¿Y por qué está usted seguro de eso?». El repostero, mientras ordenaba en su riñonera los billetes de Juan y rebuscaba monedas de cambio, le resumió en una oración su aplastante teoría: «porque fíjese en todo lo que llevan robado y ¡todavía queda más!».

Aplicando esta misma lógica, es posible que más de uno haya contestado a «¿por qué la corrupción no se puede medir?» con algo así como «porque es tanta que ya se ha perdido la cuenta». Mas, si bien esto no deja de ser así en cierta medida, no responde adecuadamente a la pregunta planteada.

Límites de los métodos cuantitativos en el estudio de la corrupción

Son tres los métodos utilizados por las investigaciones cuantitativas para la obtención de datos:

  1. La medición objetiva, tomando como fuentes las denuncias de corrupción y las investigaciones abiertas por el ministerio público o los jueces de instrucción.
  2. Las encuestas de percepción de corrupción, cuyas fuentes suelen ser las respuestas de inversionistas nacionales y extranjeros, las de aquellos considerados «expertos» o las de la ciudadanía en general.
  3. Las encuestas de victimización, que toman como fuentes las respuestas de los ciudadanos respecto a sus experiencias directas en el pago de sobornos o en las extorsiones que sufren de parte de funcionarios del Estado.

Con todo, estos tres métodos tienen límites más que importantes. Contra el método de la medición objetiva podemos objetar que se limita a la corrupción política penalmente sancionable. ¿Y qué pasa entonces con la corrupción no delictiva? Asimismo, existe lo que se denomina la «cifra negra del delito», a saber, aquellos casos de corrupción penal que permanecen ocultos. Ante ello, nos podemos preguntar si lo que se está midiendo es la calidad del sistema judicial, la voluntad política de combatir la corrupción o el nivel real de corrupción pública. A todo esto hay que añadir que no existen estadísticas homologables en el mundo debido a que el marco jurídico y político varía de un país a otro.

Frente a las encuestas de percepción podemos alegar, en primer lugar, que los datos no miden la corrupción en sí, sino las opiniones sobre su extensión en un país determinado. En segundo lugar, las opiniones sobre la extensión de la corrupción pueden reflejar también estados de opinión, mediáticamente influenciados, del país correspondiente. En tercer lugar, puede darse un retardo entre el fenómeno de la corrupción en sí y la tendencia de percepción. Y en cuarto lugar, la utilización y comparación de fuentes es problemática debido a que las encuestas miden diferentes aspectos del fenómeno, los tamaños de las muestras suelen ser diferentes, las preguntas varían sustancialmente y la interpretación de las preguntas puede ser también diferente.

Y ante las encuestas de victimización cabe cuestionarse, primeramente, si quien haya participado en un fenómeno de corrupción delictiva realmente estaría dispuesto a reconocerlo. También es muy discutible que el anonimato de las encuestas sea suficiente para evitar el temor a represalias. Por otro lado, como ya se ha adelantado previamente, lo que el encuestado entiende por corrupción puede variar de un país a otro, e incluso dentro del mismo país. Además, también es posible que el encuestado se invente una victimización, de manera voluntaria o no voluntaria, por diferentes razones.

Transparencia Internacional o la corrupción hecha ficción

La realidad es que para pretender medir la corrupción de una manera rigurosa se deberían cumplir al menos las siguientes tres premisas:

  1. Se debería partir de una definición de la corrupción.
  2. Una vez aportada la definición, sería necesario asegurarse de que los datos obtenidos o comparados se fundamentan en dicha definición y no en otras.
  3. Únicamente se deberían medir las variables contempladas en la definición compartida de la corrupción, y no las apreciaciones o percepciones sobre ella. Esto por la sencilla razón de que no son lo mismo la realidad y la percepción de la misma.

Sin embargo, cuando diferentes organismos como Transparencia Internacional aportan datos cuantitativos sobre la corrupción no cumplen ni una sola de estas premisas —de hecho, el incumplimiento de la primera impide que la segunda y la tercera se cumplan—. Y no cumplen porque es imposible cumplirlas. Son conscientes —o deberían serlo— de que existen múltiples definiciones de la corrupción, de que los datos obtenidos se basan en esas diferentes definiciones aportadas por instituciones e individuos, y de que las apreciaciones y percepciones sobre la corrupción se basan en toda una variedad semántica de la misma. Por ello, es un error tomarse en serio los números y rankings publicados en relación a la corrupción.

Una breve comparación

Respecto a lo antedicho, alguien podrá contraargumentar que en las ciencias sociales el objeto de estudio muchas veces no se puede cuantificar de manera directa, sino indirecta. Por ejemplo, en el ámbito de la neuropsicología, es posible obtener una estimación cuantitativa del placer realizando primero un análisis de la actividad de las endorfinas y después vinculando el resultado biológico con el constructo más o menos definido del placer. Asimismo, también se puede medir la ansiedad de una persona a través de las tasas de sudoración de la piel. Los polígrafos o denominados «detectores de mentiras» son una prueba de ello.

La corrupción, en cambio, ni siquiera es posible medirla de forma indirecta. Y ello es así, por un lado, porque tanto las encuestas de percepción como las encuestas victimización recogen opiniones, interpretaciones, pareceres respecto a lo que cada investigado entiende por corrupción. Y, por otro lado, porque los datos objetivos extraídos de las denuncias de corrupción y las investigaciones abiertas por el ministerio público o los jueces de instrucción son datos exclusivamente penales que, además, en España se basan en una clasificación no académica ni estrictamente jurídica realizada por el Consejo General del Poder Judicial en su repositorio y donde no entran delitos como el blanqueo de capitales o el fraude fiscal, aun cuando son cometidos por autoridades o funcionarios públicos en el ejercicio de sus funciones.

Conclusión

En definitiva, igual de absurdo e incomprensible es afirmar al mismo tiempo que el universo es infinito y que el ser humano solamente conoce un cinco por ciento del mismo como que existen innumerables definiciones de la corrupción y que tal país es más o menos corrupto que otro. No. O lo uno o lo otro, como dijera Kierkegaard. O ciencia o ciencia ficción. O cielo estrellado o fuegos artificiales.

La corrupción no se puede medir. Es inmensurable, al igual que ocurre, por ejemplo, con la libertad o la ideología. Empero, el hecho de que no se puedan medir no significa que dejen de existir ni que se puedan estudiar. Sencillamente quiere decir que para poder realizar un estudio al respecto no han de realizarse aproximaciones y análisis cuantitativos, sino cualitativos.

Todo lo anterior es fundamental tenerlo presente si queremos prevenir la corrupción, pues para establecer medidas de prevención eficaces —o más bien eficientes— hemos de conocer las causas del fenómeno, bien definido. Y el conocimiento de dichas causas presupone la observación y el estudio de casos reales. Hay que basarse en hechos reales para a través del método inductivo llegar a establecer relaciones causales de carácter general. Pero de ello ya hablaremos en el siguiente artículo.

3 comentarios en “¿Por qué no se puede medir la corrupción?”

  1. Eduardo Nebreda

    Si admitimos que cualquier técnica o método para medir la corrupción dará una determinada medida de ella, una vez cuantificada, en mayor o menor grado, e independientemente del método elegido, la conclusión debería de ser si la corrupción existe, o no, y en qué grado.
    Si la respuesta es que existe y su grado, salvando los posibles errores del método elegido, queda la cuestión, no menor, de la percepción individual y colectiva, además de su impacto en la sociedad y cómo modifica esa realidad desvelada el «corpus» colectivo, de una nación, una institución pública o privada, de una organización o de aquello que hubiera sido objeto de estudio.
    Social e individualmente se percibe que, en España, hay «olor a corrupción», entendida esta en cuanto a cobros y pagos indebidos contra el erario público, de los que se benefician determinados agentes sociales, instituciones públicas, empresas privadas e infinidad de organizaciones y asociaciones de, cuando menos, dudosa utilidad y cuestionable necesidad.
    Esa forma de corrupción, ese «tufillo» a que algo no marcha bien sí es percibido, de modo general, por la población.
    Sin embargo el origen, la base, el fundamento que sustenta y amplía, día a día, tal estado de la «res publica» no es percibido, ni siquiera intuido, de manera general por una sociedad que acepta no elegir, en origen, a quienes les representen políticamente, que, además, acepta «elegir» de entre las listas que los partidos políticos les imponen, como única vía para la acción política, a quienes sólo defenderán los intereses de quienes les nombra. Una sociedad que asume que su presidente sea elegido, no por los electores naturales (el pueblo) en elecciones separadas, si no por una camarilla que trocea, reparte y comparte la trampa del sistema proporcional de la que, indecente mente, se beneficia.
    En este estado de cosas, como nos desveló don Antonio García-Trevijano, la corrupción (política) es factor de gobierno desde y por su origen. La otra, la corrupción monetaria, en dádivas y privilegios es el resultado de la mayor, es hija de la más injuriosa, sancionada en lo que pasa por ser una Constitución cuando es tan sólo una Carta otorgada desde un poder preexistente por la inercia de intereses consolidados e intereses emergentes. Un pacto entre depredadores donde la víctima cree estar protegida por derechos, que se activan o desactivan sin su concurso, y lo que es más grave, sin instrumentos para decir esta boca es mía.
    Si la respuesta a si existe, o no, corrupción fuera negativa debería concluirse, sin más estudio, del carácter divino y extra-humano de lo investigado.
    La realidad es que, para subir a cualquier piso de un edificio se puede optar por las escaleras o por el ascensor, si lo hubiera. Las alas de los ángeles aún no están homologadas por el ministerio correspondiente, tal vez porque, aún, se desconoce la coima necesaria para tal homologación.

    1. Es en la recolección de los datos necesarios donde está el error, no en la métrica que se emplee (en que la que también puede haber un errror)

  2. Fernando Andrés Villamil Chamarro

    Mi padre decía casi li mismo que el gasolinero: «España es el país más rico del mundo, porque todo el mundo roba y siempre hay.»
    Excelente y trabajado artículo.

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