El rey Juan Carlos ha afirmado que «dio a los españoles una democracia» y que esa sería su «herencia». Con una sola frase, el monarca abdicado ha condensado toda la falsedad política en la que vivimos desde la muerte del dictador: la confusión deliberada entre la libertad política y la libertad de obedecer.
El Borbón no dio a los españoles una democracia, porque en España no existe democracia alguna. Lo que existe es una monarquía de partidos: una oligarquía donde los ciudadanos carecen de representación política, y donde el poder ejecutivo domina al legislativo desde su banco azul, anulando la separación de poderes que supone la condición sine qua non de toda democracia.
Por otro lado, la democracia no se concede, se conquista. No puede nacer de una voluntad real ni de un consenso entre élites, porque su origen reside en el poder constituyente de los gobernados. El español, sin embargo, nunca fue sujeto constituyente: se le impuso una Constitución elaborada por representantes de quienes ostentaban el poder y querían conservarlo, y de quienes ansiaban alcanzarlo, no por representantes de la nación. La ratificación posterior no fue un acto constitutivo, sino un plebiscito de adhesión a un texto cerrado.
Por eso, afirmar que Juan Carlos «dio una democracia» es, en realidad, una confesión política: reconoce que la actual forma de Estado es una monarquía otorgada. Una carta adornada con el lenguaje del pluralismo y el espejismo del voto. Pero votar no es elegir, y menos aún lo es escoger entre listas confeccionadas por las cúpulas de los partidos. Los españoles pueden votar, sí, pero no pueden elegir a sus legisladores ni a sus gobernantes, ni destituirlos. Esto basta para afirmar, sin matices ni eufemismos, que en España no hay democracia.
El legado de Juan Carlos no es una democracia, sino la perpetuación del principio monárquico bajo la apariencia de las libertades concedidas. Su «herencia» es un sistema de partidos estatales, sustituyendo la voluntad nacional por el consenso oligárquico. La democracia es el control de los gobernados sobre el poder político, y eso exige la separación en origen de poderes y la elección de los representantes del pueblo.
Un rey puede heredar un trono, pero jamás puede «dar» una democracia.
Porque la democracia no se hereda: se constituye.

«La democracia no se hereda: se constituye». Gracias Pedro Manuel.
Muchas gracias Don Pedro muchas gracias MCRC