Agustín García Calvo

Martín Miguel Rubio

MARTÍN-MIGUEL RUBIO ESTEBAN.

El 2 de Noviembre, Día de los difuntos, centenares de amigos acompañamos a la familia de Agustín García Calvo al cementerio de Zamora de San Atilano para despedir a nuestro muy querido y ya angustiosamente añorado maestro. La voz diáfana de Amancio Prada nos evocó en un canto transparente, de cristal pulido, uno de sus poemas, e Isabel Escudero, rota y entera, nos recordó el poema de Antonio Machado que Agustín recitaba cuando se afeitaba, recitando otros poemas del genio zamorano con desolado acento. Ruth e Isabela vivían desconsoladoramente ausentes la gran ausencia irreemplazable. Y Víctor asumía como hombre las urgencias cotidianas de la realidad del trance.

Se nos ha marchado Agustín, el amigo sabio y generoso que nos sacó de la barbarie en aquella adolescencia provinciana en que leía con absoluta seriedad nuestros cuentos y sobre los que se atrevía a sugerir una sintaxis más académica (¡que se sepa!), y nos regañaba cuando nuestros sentimientos transgredían las normas de la amable humanidad. Nos recomendó nuestros primeros escritos a las Editoriales, y gracias a él tradujimos para Alianza Editorial. En un país con la Academia de cebrianes, solamente interesada por sus éxitos comerciales, aupado como una especie de empresario el Sr. García de la Concha, Agustín representaba sin duda la esencia de la Academia prístina de la Ilustración, la Academia misma fuera de la Academia.

Tuve el inmerecido honor de hacer la Tesis Doctoral bajo la dirección escrupulosa de AGC sobre la Democracia Clásica, titulada “Estudio de los principios democráticos en relación con el régimen de Pericles”, que presenté con éxito en mi querida Universidad de Salamanca. AGC me hizo hacer un viaje histórico en sentido inverso: desde lo que es hoy la Democracia a la brillante democracia periclea. Como buen director implicado en la tesis de su discípulo me señaló los libros que debía leer, los textos que debía traducir y las reflexiones que debía hacer, según mi libérrimo criterio ( maestro y discípulo llegamos a conclusiones diferentes con las mismas pruebas; lo que revela su constante mundivisión respetuosa y antidogmática ). En el fondo, lo que quería evidenciar AGC es que el pueblo, descompuesto en individuos singulares (idiôtai), en conciencias singulares con un voto cada una, merced a la Democracia Representativa, se había traicionado a sí mismo y con él a la Democracia Clásica, esto es, Directa, en que el pueblo, reunido en una Asamblea, como conjunto abierto no constituido en personas singulares, indefinido, “incertum vulgus”, indiviso, que entrase y saliese, que cambiase en su composición en cada Asamblea decenal, representaba el sensus communis y era verdaderamente soberano antes de Jean Bodin, y cuando había que representarlo a la hora de juzgar o legislar se sorteaba entre todos los ciudadanos a jueces y legisladores. Porque sólo la suerte garantizaba el igualitario derecho de representación en el cualquiera que define al pueblo, feo o guapo, alto o bajo, gordo o flaco, rico o pobre, muy inteligente o menos inteligente.

Partimos de las imposturas redundantes de las democracias populares, la última metamorfosis infame de la Democracia, proseguimos con lo que de Democracia podía haber en las guerras de liberación nacional, seguimos con la sanguinaria Revolución Francesa y su demagogia de derechos humanos personales, continuamos con la Revolución Americana, y la obra de los padres fundadores, George Washington, James Madison, Thomas Jefferson, Benjamin Franklin, John Adams y el mayor genio americano, Alexander Hamilton, el primer abolicionista auténtico. En América se dio la conversión de la “direct representation or even mob rule” en “public opinión filtered thorough educated representatives”. Y conjugando dos planes constitucionales opuestos, el de Virginia y el de New Jersey, Hamilton ideó la primera democracia representativa del mundo, conjugando la representación de los habitantes ( Plan Virginia ) con la representación del territorio ( Plan New Jersey ). Continuamos con las actitudes democráticas de los araucanos que nos presentase nuestro Alonso de Ercilla, proseguimos con las repúblicas del Renacimiento, nos hundimos en algunos movimientos cristianos de la Edad Media en donde latía algo de la Democracia, llegamos a la esplendente y admirada República Romana y, por fin, llegamos a la Democracia de Pericles, en donde creímos encontrar las piedras angulares ( los “principia” ) del régimen democrático. En contra de lo que quizás imaginase Agustín, la tesis me hizo un firme partidario de la Democracia, aunque compartía con el maestro las indignas imitaciones sintéticas que al abrigo del paraguas del concepto Democracia han existido. Es por ello que el pensamiento político de AGC, lejos de alejarnos de la prístina Democracia nos invita a demoler “esta” falsa “Democracia”. En realidad, AGC no odió jamás la Democracia en su versión periclea, sino que siempre abominó de “esta democracia”. Por otro lado, mi afortunado contacto con Antonio García-Trevijano, el mayor especialista en la Democracia, despejó bien pronto algunas dudas y desasosiegos intelectuales que el genio de Agustín había inoculado brillantemente en mi espíritu durante la elaboración de la Tesis.

Pero Agustín no era sólo genio por sus investigaciones en la filosofía política, sino que también lo fue como gramático ( creó una gramática radicalmente española en la que fonología, prosodia, morfología, sintaxis y semántica se interconectan sobre un mismo principio o ley; auténtica proeza que recuerda la de Nebrija o Andrés Bello, y que nace sin ninguna adherencia extranjera en el solar patrio, quizás por ello ni la Universidad Española ni la Academia de los cebrianes le ha prestado atención ), inspiradísimo poeta, metafísico, teólogo, extraordinario traductor, y el más grande tratadista de rítmica, prosodia, métrica y versificación de todos los tiempos. Su teoría sobre la doble naturaleza del acento latino – cromática e intensiva -, elaborada en su adolescencia, aún nos pasma y admira.

Era tantas cosas, y en todas ellas llegaba a tal genialidad, que la actual mediocridad hispana no pudo catalogarlo en los distintos apartados de la escritura como primerísimo. La envidia con este “monstruo intelectual” circulaba fácilmente. Los poetas decían que era un gran pensador. Los pensadores que era un genial traductor. Los traductores que era un gran filólogo, los filólogos que era sobre todo un gran latinista, los latinistas que era un genial helenista, y los helenistas que era un gran poeta. Y volvía así a empezar la rueda de la envidia. Con él se mostró mezquina Zamora, la ciudad a la que tanto amó y a la que compuso bellísimos poemas. Con él se ha mostrado mezquina España, que no le puso la alfombra roja que le hubiera puesto Francia. Y que lo denigró siempre que pudo, empezando por sus gobiernos y bárbaros periodistas.
Personalmente he perdido uno de los mayores alicientes que tenía para ir a Zamora. Aunque ya estaba enfermo y lo visitaba, su hija Isabella me llevaba a una habitación en la que siempre se oían los pájaros que habitaban los árboles de un patio, y allí hablábamos de lo de siempre y que en los labios de Agustín salía siempre nuevo. No creo que en mucho tiempo pueda pasar por la Rúa de los Notarios camino de la Catedral, y ya no oír el tecleteo de su vieja máquina de escribir, intentando descubrir una y otra vez el pavoroso misterio que ocultan los garabatos fenicios.

Adiós, mi mejor maestro, al que tanto quise y al que tan poco recompensé por su profunda e inmarcesible enseñanza.
Grande entre los grandes, sea para ti la tierra ligera, queridísimo maestro y amigo. Salud, allá en donde asfódelos de dura espiga, hilótomos soteres y olorosos hipotamnos te acompañen en tu caminar alegre a ese Paraíso que tu propio reconocimiento de la esencial y bendita impotencia humana – la “felix culpa” de tu santo – te ha abierto. “Enorgullécete de tu fracaso/ que sugiere lo limpio de la empresa”. Vela desde allí por nosotros, poderoso Nêphelêgereta.

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