Réplica a la homilía de un tal César Vidal

Permítanme introducir este artículo aclarando antes, que desconozco por completo la vida y obras del tal César Vidal, autor de varias opiniones radiofónicas y ahora también publicadas en la prensa escrita, a través de la Tribuna de Cartagena, dirigidas a la persona recientemente fallecida de Antonio García-Trevijano.

Al parecer, sus palabras, aunque bastante pueriles y cargadas de juicios de valor, han provocado el malestar y la indignación de muchas personas, sin duda más respetuosas con los muertos que el autor del texto, pero probablemente más apegadas a la persona de Antonio García-Trevijano que conocedoras de su obra de pensamiento político. Los argumentos ad-hominem, esgrimidos por el autor del insultante artículo, son especialmente cobardes -además de muy débiles desde un punto de vista científico-, cuando son utilizados después del fallecimiento de la persona cuya solvencia y valor se cuestiona.

A pesar de que el susodicho César Vidal demuestra ser un completo desconocedor de la obra y el pensamiento del señor Trevijano, establece un conjunto de argumentos valorativos que desarrolla profusamente, y que merecen una aclaración para ser situados en su justo lugar. Resulta evidente que sabe unir letras para formar palabras, y con éstas, oraciones con una cierta solvencia, pero obviando, por supuesto, la acalorada alharaca de la que hace gala el personaje que escribe el artículo, y en una ofensa cuyo alcance podrá ser determinado más adelante, pasaremos al análisis de su injuriosa publicación.

Tengo que confesar además, que cuando me hicieron llegar el texto, explicando que pertenecía a un tal César Vidal, que al parecer cuenta con apasionados seguidores de sus libros sobre la historia, esperaba encontrar a un personaje de mayor enjundia intelectual, con fundados argumentos y especialmente, que fuese mínimamente conocedor de la teoría política y filosófica de la persona a la que se refiere. Fue grande mi decepción al no encontrar más que un relato valorativo, carente de argumentos y fundamentos que lo sustentasen; abundando en los aspectos más cosméticos, la misma difamación acostumbrada, y sin ninguna sustancia en cuanto a lo político, lo histórico y lo jurídico. A pesar de ello, y considerando que el infantilismo del texto no hace merecedor a su autor de ninguna consideración de tipo personal, trataré de aclarar los puntos que expone para situarlos así en su justo lugar y contexto.

Comenzaré destacando la obsesiva insistencia con la que esta persona utiliza la palabra “adepto” para insultar a los estudiosos de su legado intelectual, e incluso a aquellos que gozaron de su amistad; sin duda motivado por el desconocimiento absoluto que tiene el autor acerca la obra del notable jurista granadino. Personas, las descalificadas por él, que no únicamente se encuentran en España, sino mucho más allá de nuestras fronteras y entre las cuales se encuentran profesores, juristas, filósofos y científicos, en una amplia muestra de los diversos campos del conocimiento.

El término “adepto” tiene una fuerte connotación ideológica, hecho que contrasta, sin duda, con la pureza, por su ausencia, de cualquier aspecto ideológico en la vertebración de la magna obra de Antonio García-Trevijano. Únicamente un ignorante, o un observador que fuese víctima de sus pasiones infantiles, podría considerar que el motivo por el cual obras como “Teoría Pura de la República”, “Del hecho nacional a la conciencia de España”, “Ateísmo estético”, “Frente a la gran mentira” o “Pasiones de servidumbre” despiertan interés y merecen un profundo estudio, es por cuestiones ideológicas o alentadas por el fervor irracional. Expresarse en esos términos para enfrentarse a una persona, cuyas ideas revolucionarias rompen el paradigma político de casi todos los países del planeta, es algo que camina mucho más allá de lo grosero, y se adentra de lleno en lo procaz.

Para llegar a amar, respetar, admirar y considerar la profunda belleza orquestada en la obra elaborada por un ser humano como fue Antonio García-Trevijano, es necesario antes, haberla estudiado y comprendido. Esto es lo que se exige a cualquier estudioso, mínimamente serio, y que pretenda elaborar una crítica, con rigor académico o no, pero sin duda, para que resulte sostenible con argumentos dignos de alguna consideración. Incluso para criticar lo que uno aborrece, es necesario conocerlo y comprenderlo antes, para después, elaborar un discurso sólido y que se sustente, no en las pasiones irrefrenables de nuestra condición humana, sino en cuestiones más sólidas que provienen de la serena meditación y profundo conocimiento de lo que uno pretende rebatir. Es tentador sin embargo, para los menos dotados con la finura de la inteligencia, acometer estas cuestiones mediante la grosería del hombre vulgar, y que también pueden ir afanosamente envueltas en palabras, dirigidas a epatar y cautivar al lector o receptor del discurso. Especialmente si ese receptor se contenta con la profusión o abundancia de adjetivos y no busca fundamentos que sostengan las calificaciones.

Otro de los primeros argumentos que esgrime el autor de un texto, que me permito calificar de mediocre, es el tan abusado ad populum, es decir, recurrir a la medida en que una personalidad ha sido aclamada o no por el establecimiento, a través de sus medios de difusión propagandística. Resulta que para este hombre, el tal César Vidal, es algo digno de consideración el número de veces que aparezca destacada la persona en los medios, para considerar o no su relevancia. Comprendo que, para las personas menos formadas, más proclives a la admiración que a la comprensión, esto pueda ser algo merecedor de interés, pero desde luego no lo es para quienes nos guiamos por nuestro propio criterio y especialmente cuando es evidente el despreciable nivel, por la ausencia de libertad, de la inmensa mayoría de medios de masas españoles. Todos sin excepción, en manos del régimen franquista de partidos. Si atendiésemos a este razonamiento, podríamos concluir que las personas mas relevantes de la etapa franquista posterior a la muerte del dictador, serían algunos nombres que me abstengo de enumerar, pero que todos imaginamos, porque no está en mi ánimo la ofensa contra los individuos menos agraciados, pero sí enormemente prestigiados por la opinión publicada y medios televisivos. Parece ser, no obstante, que el señor Vidal espera a ser loado por los medios que anteriormente lo despreciaron, incluso después de su mutis por el foro hacia tierras americanas, y eso explicaría su predilección por lo que él considera argumentos de autoridad.

Tras poner de relieve y hacer gala de “una absoluta imparcialidad” (sic) con la que pretende auto proclamarse árbitro, arguye que alguien o algunos, en cierto lugar, utilizó o utilizaron, equivocadamente, la palabra “único” para referirse al autor de “A pure theory of democracy” con respecto a su presencia en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos de América. Un asunto sin ninguna trascendencia, o de una relevancia menor, y que de nuevo pone de manifiesto la pasión de servidumbre del tal César Vidal y demuestra la vital importancia que concede al hecho de ser prestigiado en unos u otros lugares. Yo no escuché nunca a Antonio García-Trevijano exhibir de forma vanidosa o reiterada esa cuestión, pero aunque así hubiese sido, tendría la disculpa de haber sido motivada por una información equivocada, y que alguien le hubiese dado, y no supondría motivo para el desmerecimiento, ni de su persona, ni mucho menos de su obra. Únicamente es un dato más, para ser considerado en la medida en que cada uno estime oportuno, y que evidencia, sin ser conclusivo, la relevancia y alcance de sus libros. La obsesiva insistencia con la que el tal Vidal se recrea en este punto, lo único que demuestra es su consideración por las estanterías donde reside una determinada obra, más que por su contenido. Sí es cierto sin embargo que es el único autor español de teoría política que figura en esa biblioteca. No siendo el caso de Ortega y Gasset, que era filósofo, el de Primo de Rivera, que era únicamente un brillante abogado y hombre acción política, o el de Beneyto.

Toda esta retahíla expositiva de las obras presentes en la ya citada Biblioteca del Congreso de los EEUU, se encuentra aderezada por aspectos valorativos, como por ejemplo, cuando explica que “Trevijano resultaba más contundente que profundo”, sin aportar sin embargo argumentos que le permitan expresar tales juicios. Resultando por lo tanto ser la vulgar opinión de cualquier periodistilla u opinador, que a través de la apariencia, trata de arrogarse un valor que no posee por sí mismo. Abunda, no obstante, en el asunto de aparecer en unos u otros medios, con el propósito evidente de aferrarse de nuevo a la argumentación ad populum que tanto parece agradarle. Una señal inequívoca de quien confunde el prestigio con el hecho de ser prestigiado.

Utiliza además la palabra mito, demostrando así su ignorancia acerca del hecho objetivo y posible de contrastar, de que jamás en toda la historia los personajes son autores de su propio mito, sino que éste es creado y alimentado por los demás, con posterioridad a su fallecimiento. Si hay algo que caracteriza, precisa y definitoriamente, el desarrollo sistemático en el legado intelectual de Antonio García-Trevijano, es el hecho de haber tratado de alejarse del pensamiento mítico y mitológico, de forma premeditada, aún siendo algo tan característico en todos los seres humanos.

Pero vayamos a algunas cuestiones más concretas y que demuestran que ni siquiera es capaz César Vidal, de la más elemental comprensión y análisis de un texto. Cuando dice “Pero es que además los documentos de la CIA filtrados por Wikileaks consideran que Trevijano era un ‘tonto útil’ del PCE” no está considerando el texto descriptivo que figura en los documentos filtrados por Wikileaks y que forman parte de servicios de inteligencia, sino realizando la misma equivocada interpretación que hizo Henry Kissinger, uno de los valedores del PSOE tras la muerte del dictador. Quien realiza esa valoración y calificación, es una persona que desconoce que el creador, organizador y coordinador de la Junta Democrática, no fue otro que el señor Trevijano. Y es absolutamente imposible que quien concluye eso, lo haga sabiendo y comprendiendo la estrategia que se escondía tras esas acciones en aquellos momentos, puesto que para saberlo, tendría que conocer cuestiones, que es obvio que desconoce. Tampoco se han caracterizado nunca los servicios de inteligencia norteamericanos por su éxito en el análisis de la política exterior, en la comprensión de la política de sus adversarios. Entre estos aspectos están el de la Libertad fundadora o constituyente, única capaz de crear una verdadera Constitución mediante unas Cortes Constituyentes. Y Henry Kissinger, sin duda más inteligente que César Vidal, pero no lo suficiente, ni con la suficiente preparación como para comprender este aspecto, llega a una conclusión motivada por la lógica analítica, por su grosero conocimiento de las fuerzas en la política geoestratégica, pero no por el conocimiento político, científico, filosófico y jurídico necesario para interpretar esa situación.

Este punto es algo que únicamente resulta obvio y que tiene sentido tras haber conocido, estudiado y leído la obra de Antonio García-Trevijano, y que resulta confuso, oscuro y de difícil digestión al parecer, a personas que no han leído una sóla línea de sus libros. Libros publicados, evidentemente, tras aquellas operaciones y que explican y desarrollan las causas y premisas que las originaron.

Obviando la ofensiva calificación de “tonto útil” que el periodista dirige a la persona de un recién fallecido, es evidente que su miedo al PCE le impide ver la realidad de los hechos. Máxime cuando es sabido que en la votación de esa Junta vencieron por amplia mayoría las tesis de Trevijano, frente a las de un desorientado y oportunista, ansioso de pisar las alfombras franquistas, como fue Santiago Carrillo. Tanto es así, tan serio fue el obstáculo que suponía para los pactos que se querían llevar a cabo, para la traición que se iba a desarrollar, que finalmente tuvieron que meterlo en la cárcel y después difamarlo, para apartarlo del camino. La estrategia del señor Trevijano ganaba a Carrillo en sus bases y hacía imparable el objetivo final de la libertad constituyente. Creo que es sencillo de comprender, sin necesidad de ser un gran experto, que nadie hace eso con un tonto al que se maneja porque no es consciente de su situación.

Desde luego lo que sí demuestra el tal César Vidal es su temor y respeto por una figura como la de Santiago Carrillo, al destacar que nadie en su sano juicio se hubiese atrevido a pastorearlo. Resulta evidente que sitúa su propia inteligencia y estima muy por debajo de la de Carrillo y por ende, como haría cualquier cobarde, trata de extender eso a las personas de su alrededor, contagiándolas con sus pueriles temores.

Se lamenta también César Vidal por la pérdida que supuso, para la dictadura, del cierre del periódico Madrid, y para ello, y haciendo uso de la demagogia, alude a las pérdidas laborales que, al parecer, tienen para él mucha más importancia que la ausencia de libertad política en España. Tal vez este hombre, como el ínclito Zapatero, sea un ferviente defensor del diálogo y de haber terminado con la dictadura en las urnas. Justo lo mismo que pretenderá con el Estado de partidos que tenemos hoy.

Finalmente, y a modo de conclusión de su homilía, explica César Vidal el fracaso de Antonio García-Trevijano en la transacción (y es significativo que él, como el resto de la socialdemocracia, lo considere una transición) sin ver que el fracaso no fue únicamente el de la valiente acción del abogado y jurista, sino el de toda la sociedad civil española que hoy continúa pagando por ese resultado. Quienes parecen ufanarse por la eventual derrota de las tesis de Antonio García-Trevijano en la transición, en realidad no son más que perdedores que se alimentan de las miserias ajenas, como forma de calmar su propia frustración. No veo otra razón que pueda explicar el que alguien no desee la libertad colectiva en su propia nación, siendo ese el único medio posible para conquistar la libertad propia.

Bordea cobardemente el asunto de Guinea, perfectamente aclarado por numerosas fuentes y más allá de toda duda razonable, y en el que fue la Constitución de Herrero de Miñón (y no la de Trevijano que jamás entró en vigor) la que facilitó la dictadura de Macías, y pretendiendo quizás, sin atreverse a abordarlo frontalmente, contribuir a la ficción y a la confusión. Algo que, por desgracia, es tan característico de este régimen de partidos estatales integrado por mediocres, y que se alimenta del “como si”.

Que un ignorante como el señor Vidal se permita decir que: “Hay poderes mucho más elevados que los partidos que, de hecho, dictan las directrices de éstos sin que nadie rechiste. Esos poderes están por encima de partidos y sindicatos en España, están por encima de las autoridades de la UE y están por encima de los intereses nacionales de cualquier país” no es algo que pueda sorprender, especialmente cuando uno sabe de los raelianos, annunnaki, reptilianos, illuminati y toda una suerte de cuestiones de la mitología moderna y que llevan a sus estudiosos a una mística y un temeroso fervor por lo tenebroso que raya en lo infantil. Lo que resulta de verdadero chiste, lo que haría morir a carcajadas incluso a los adoradores del mito de Cthulu, es que este pobre hombre, conductor al parecer de alguna tertulia, exhiba orgulloso como prueba, un mensaje en su teléfono móvil que al parecer decía “Mata a Centeno”. Cuando sus hijos no terminen el plato de puré, ya saben lo que deben hacer: muestren el mensaje de César Vidal.

Para finalizar, y como una prueba más de la ignorancia supina de este autor de relatos históricos, debo corregir uno más de los innumerables errores que se recogen en su texto, el que comete cuando atribuye a Trevijano la invención del término “repúblico”. No es que para mi la RAE, y especialmente en la actualidad, suponga una definitiva fuente de autoridad, pero baste para demostrar los continuos disparates que el señor Vidal expone, poseído por una comprensible envidia que le lleva incluso a equivocarse en cuestiones tan simples como esta:

repúblico . De república.

1. m. Hombre de representación, capacitado para los oficios públicos.
2. m. Hombre versado en la dirección de los Estados o en materia política.
3. m. patricio (‖ individuo que descuella entre sus conciudadanos).

 

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