¿Por qué defiendo la abstención?

Quiero aprovechar la oportunidad que me brindan mis amigos de “El Demócrata Liberal” para defender la abstención no como una opción más, sino como la única alternativa frente al Estado de partidos. Este humilde repúblico que les escribe, no es repúblico por una cuestión ideológica, ni de sentimiento, sino para diferenciarse del republicano. Mientras que el republicano es un mero espectador que mitifica la república y aguarda su advenimiento como un milagro, el repúblico es un actor (porque está en la acción) y propugna la república no como un fin, sino como un requisito necesario para establecer una democracia formal, que no es sino la garantía institucional de la libertad política (previa por lo tanto a toda democracia). He aquí la clave de este artículo, la libertad política o colectiva, la que ha de ser fundamento de los derechos y de las libertades individuales. La libertad política es fundadora del resto de libertades, es la libertad que se da a sí mismo un pueblo.

En España no hay libertad política, sino derechos y libertades otorgadas por el Estado. Es un hecho que Franco murió en la cama, no sin antes saltarse la línea dinástica nombrando a Juan Carlos de Borbón como sucesor “a título de Rey”. Es un hecho que el Rey Juan Carlos de Borbón nombró Presidente del Gobierno a Adolfo Suarez, quien fuera jefe de la Falange bajo Franco. Es un hecho que la llamada Constitución de 1978 fue la culminación de la reforma política desde el Estado franquista, iniciada con la Ley 1/1977, de 4 de enero, para la Reforma Política, y que contó con la participación del PSOE de Felipe González y del PC de Santiago Carrillo (previa traición a la Platajunta y a la ruptura y libertad política que defendían hasta entonces). Es un hecho que la llamada Constitución de 1978 es una carta otorgada que fue redactada en secreto por un grupo de diputados en unas Cortes ordinarias franquistas (y no unas Cortes Constituyentes). Es un hecho que no hubo ruptura, sino reforma. Es un hecho que no hubo libertad política, sino derechos y libertades personales otorgadas por un poder constituido por un dictador. Los derechos y libertades otorgados no están garantizados, puesto que del mismo modo que se conceden, se pueden eliminar.

Habiendo demostrado que no hubo ruptura, ni libertad política, sino una reforma que constituyó un régimen de poder oligárquico, con derechos y libertades otorgadas. ¿Qué fundamenta hoy nuestros derechos y libertades personales? Una Constitución que no es tal, por la sencilla razón de que no cumple los requisitos que a toda constitución formal se le exigen. Fue en 1789 cuando en el artículo 16 de la famosa Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de la Asamblea Nacional Constituyente francesa se afirmó: “Una sociedad en la que la garantía de los derechos no está asegurada, ni la separación de poderes determinada, no tiene Constitución.” Estas son las dos funciones principales de toda constitución verdadera (verdad no frente al error, sino frente a la mentira): ha de proteger a las minorías y ha de separar los poderes de raíz. ¿Para qué? Pues para proteger a uno frente a todos, puesto que la democracia consiste en la representación y el gobierno de lo que elige la mayoría, ha de haber una constitución que impida que las minorías sean aplastadas, dado que las mayorías ya se protegen por su condición de mayorías. La separación de poderes tiene dos fines: la limitación del poder y el control de la corrupción. Separados de raíz el poder ejecutivo (gobierno) y el poder legislativo (congreso) serán las ambiciones de sendos poderes las que se enfrenten (sometidos a las reglas de juego fijadas en la constitución) haciendo muy difícil la corrupción de ninguno de ellos. Fue Montesquieu quien en su magnífica obra “Del Espíritu de las Leyes” escribió que “un poder sólo puede ser frenado por otro poder de igual o mayor magnitud”.

Una vez puestos en situación, espero que el lector haya descubierto en los dos párrafos anteriores el origen de los dos principales problemas que asuelan España: la corrupción política y la crisis de conciencia de unidad. El primero va ligado a la inseparación de los poderes, es decir, al régimen de poder y las formas de Estado y de gobierno. El segundo tiene que ver con la no ruptura con el franquismo, lo que ha llevado a España a la “continuación de la guerra civil por otros medios”. Para comprender lo primero, descubramos la no separación de los poderes con una sencilla fórmula: el Estado paga a los partidos, que son por lo tanto órganos del Estado con sus cargos y estructuras orgánicas; el jefe del partido elige a los componentes de las listas de partido que luego nos pedirán que votemos mediante un sistema electoral proporcional de listas de partido (normalmente, los primeros en las listas tienen el puesto asegurado antes de que se celebren las “elecciones”), los diputados electos obedecen a quien les ha puesto en la lista y votan por mandato imperativo al jefe de su partido para investirle Presidente del Gobierno (recordemos que la llamada Constitución de 1978 prohibe el mandato imperativo*). El jefe del partido, pagado por el Estado y que ha elegido a los diputados de sus listas para que luego le voten por mandato imperativo, pasa a controlar el legislativo (los diputados siempre le obedecerán porque le deben su puesto), el ejecutivo y el poder judicial. ¿Posibilidad de limitar el poder? Ninguna. ¿Corrupción? Incontrolable, ustedes dirán. ¿Y si se da el pacto entre varias fuerzas políticas? Sucede lo mismo, con el añadido de que el pacto conlleva en sí la traición al votante (pues no votó al partido para que pactase con otra fuerza política) y el reparto del pastel (corrupción y abuso de poder).

Respecto al segundo gravísimo problema, el de la crisis de la conciencia de unidad de España, tiene su origen también en la reforma política del franquismo. Adolfo Suárez es el responsable, junto con el Rey Juan Carlos de Borbón, Manuel Fraga, Felipe González y Santiago Carrillo, como máximos exponentes, de la reforma política del franquismo, de la llamada Constitución de 1978 y del famoso café para todos. El Estado impidió que la Nación se pronunciara tras un periodo de libertad constituyente (libertad política) y, en cambio, dirigió y ordenó el nuevo régimen a sus espaldas. El Estado se dividió en ranchitos para colocar a los segundones de los nuevos grandes partidos (llamados barones) y para satisfacer a las fuerzas “nacionalistas”. El café para todos ha culminado en un vaciado del llamado Estado central en favor de los ranchitos autonómicos hasta el punto de que la autonomía catalana se haya llegado a declarar de hecho (no de derecho) una república (recordemos que la república es una forma de Estado) sin que haya habido ninguna respuesta por parte del gobierno central (Estado de excepción, por ejemplo) ante este clarísimo delito de sedición. No olvidemos que las autonomías son delegaciones del Estado, en España no hay varias naciones ni varios Estados. Por mucho que la llamada Constitución de 1978 hable de “nacionalidades” (otra brutalidad, señores), en España hay una Nación, la española, y un Estado unitario (su sujeto jurídico). Hay que estar muy ciego o tener muy mala fe para no ver dónde está el origen del mal que padece España, mal que nos lleva a la extinción como Nación y Estado tras más de quinientos años de unidad política.

La no ruptura, la falta de libertad política son las causas del problema español. Para que haya democracia, tiene que haber una libertad política previa. La democracia no es más que la garantía institucional de dicha libertad política conquistada. ¿Cuáles son las reglas de juego de la democracia? La igualdad de todos ante la ley (tiene como requisito la forma de Estado republicana), la representación política y la separación de poderes. Ninguna de las tres se da en la España actual. Y es aquí, en este punto, donde retomo la cuestión de la abstención, objetivo de este largo artículo en el que he querido argumentarla de la mejor manera posible. ¿Por qué la abstención frente a la votación? Usted puede responder a esta pregunta… Si el origen del problema está en el régimen de poder constituido en 1978, ¿por qué seguir legitimándolo y aceptando que nos impida ser libres y que llegue incluso a usurparnos nuestra identidad nacional? No olvidemos que España sin Cataluña, no sería España, pasaría a ser otra cosa. La Nación es un hecho de existencia y no una cuestión de experiencia. No se puede votar si España existe o no como tampoco se puede votar la existencia de Dios. Uno puede renunciar a la nacionalidad española de forma individual, como puede declararse ateo. Lo demás son locuras. Si los partidos estatales eligen por nosotros, si su poder y su corrupción no están controlados, si la actual sociedad política del Estado de partidos está llevando a la sociedad civil al abismo de una futura violencia que resuelva la crisis de existencia que el propio Estado ha provocado (porque no tengan la menor duda de que sólo la violencia destruirá España, puesto que ya he explicado que no existe el derecho a decidir, puesto que la Nación es un hecho de existencia y no de experiencia), ¿por qué hemos de seguir legitimando su poder? ¿Por qué hemos de continuar tolerando la corrupción? ¿Por qué hemos de consentir el aniquilamiento de la Nación por parte del Estado? ¿En qué cabeza cabe que se pueda rescatar a la Nación votando las listas que su verdugo, el Estado de partidos, nos impone? Todo partido pasa a ser estatal cuando cobra del Estado. Las actuales reglas de juego están hechas para que no se cumplan (de hecho la Constitución no se cumple, por eso perdura), las reglas de juego son el consenso y la corrupción, si no se dan las dos, no hay gobierno, a los hechos me remito. Se ha roto el consenso en un Estado que ha llevado a la Nación al borde de su extinción. Y sólo la ruptura política con el pasado puede acabar con esta guerra estatal consecuencia de la continuación de la guerra civil por medio de la política. La abstención deslegitima al poder y dignifica al abstencionario, en tanto en cuanto demuestra su rechazo y actúa contra el régimen de poder impuesto. La lucha pacífica por la libertad política se lleva a cabo en la Nación, y no en el Estado, para la conquista de la hegemonía cultural dentro de la Nación. Por ello es requisito necesario dar la espalda al Estado con la abstención. Hay una solución pacífica que solucionaría los dos grandes problemas de España en pocos meses, se llama LIBERTAD CONSTITUYENTE.

Espero que este artículo sirva a esta causa que es no sólo la causa de la libertad política, sino la de la unidad de España, porque toda libertad requiere de un sujeto constituyente y ese sujeto no puede ser otro que la Nación Española. Por todo esto, si eres un patriota y quieres un futuro mejor para España, abstente hasta que haya libertad política y democracia, hasta que puedas elegir a tu diputado de distrito de forma uninominal y por mayoría absoluta (en lugar de tragar las antidemocráticas listas de partido), hasta que puedas elegir directamente al presidente del gobierno en unas elecciones separadas de las del diputado de distrito, hasta que haya una justicia independiente en sus funciones, presupuesto y gobierno, no votes, abstente, hazte abstencionario, hazte repúblico.

 

*Anotación: Artículo 67.2 de la Constitución Española de 1978.

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