El Ínclito Pelmazo

Rafael Martin Rivera

RAFAEL MARTÍN RIVERA

Dos minutos es poco tiempo, pero pueden llegar a parecer una eternidad si uno cae en las garras de algún pelmazo, o de una pelmaza. No les diré nada, si ese breve espacio de tiempo se convierte en dos años, en cuatro o en ocho, y son varios los pelmazos y pelmazas intervinientes. Parece inimaginable el suplicio que aquí se propone, pero lo cierto es que ahí está la vida política española y el Gobierno de España, con sus ínclitos e ínclitas, pelmazos y pelmazas; día a día, semana a semana, mes a mes, así hasta completar los dos años enteros que llevamos de insoportable tortura; con cada Consejo de Ministros, con cada sesión parlamentaria, con sus mítines de partido, fundaciones, congresos ordinarios y extraordinarios, provinciales y autonómicos, comités ejecutivos, entrevistas y ruedas de prensa, paseos por los juzgados, noticiarios y titulares… Hay que reconocerlo, Mariano Rajoy y Cía., ha conseguido –quizás antes, y con mayor destreza, que ninguno de sus predecesores– que todos sus votantes, ya los propios y convencidos, ya los extraños, arrastrados al voto por la fuerza de las cosas, hayan terminado hasta el tupé de su figura; imagino que no menor hartazgo sentirá el resto de los mortales, aunque el no haber votado al ínclito en cuestión debe relajar bastante.

Y es que si pensábamos que lo habíamos visto todo, o casi todo, con el otro ínclito y bobo de solemnidad, ha quedado harto demostrado que no; que aún nos queda mucho por ver y padecer… Basta con echar una ojeada al «personal» de la Oposición y a los grumetes genoveses, para darse cuenta de lo que habrá de advenir, antes o después, cual siniestro sino de este ya claramente degenerativo trasunto democrático y constitucional. Penoso panorama nacional el que se garabatea, con traspaso de Corona en ciernes y desmantelamiento territorial incluidos.

En el entretanto da la impresión de que el susodicho ínclito habrá de dejar el listón de los pelmazos muy alto; o, por lo menos, parece ser esa su intención. Ya entre sus incontables «virtudes», salta a la vista que está esa capacidad suya para desesperar y hacer perder los estribos a cualquiera, con sólo asomar la barba por la esquina. Desconozco si se trata de una de esas «virtudes» innatas que se le atribuyen –algunos hablaban de prudencia y templanza, en los tiempos del omnipresente «cuaderno azul»–, o si por el contrario es algo que se ha ganado con el esfuerzo y tesón que supuestamente le caracterizan –acaso aburrimiento, puro aburrimiento–, pero resulta insufrible, por insistente, persistente y reincidente, en sus desaboridas apariciones e intervenciones, sus desafortunadas disculpas y desdichos, sus torpes medias verdades y mentiras enteras.

Curiosas «virtudes» estas las suyas. Y algo de contagiosas deben tener, viendo quienes le rodean… O acaso sea que haya preferido asistirse de iguales «virtuosos» que él, para recibir el título de «primus inter pares molesta»; o lo que, sin necesidad de pisotear el latín clásico, se esculpiría en su pedestal con cercano romance: «el primero entre los pelmazos». Claro está que ni sus ministros ni ministras ni sus pares de partido (ínclitos e ínclitas) le superan en título, pero ciertamente le quedan bastante cerca en «gracias» y en «virtudes». (Parece ser ya costumbre que presidentes y capitostes políticos no se rodeen sino de quienes les son más parecidos, afectos y próximos en proceder; no fuera que alguno les pudiera hacer sombra).

Mas si alguna de las insanas «virtudes» citadas hubiera de destacarse como esencia de estos dos interminables años de Gobierno de España, sin duda habría que inclinarse por esa capacidad demostrada para contar mentiras y desdecirse. Antes que nada, y por encima de todo, las mentiras y desdichos del ínclito; al tiempo que gusta lucir la armadura, túnica y toga de la regeneración política nacional. Hoy sabemos que sólo es cosa de carnaval. ¿Recuerdan el pertinaz discurso «moralizante» con el que venía encendiendo la calle, un día sí y otro también durante ocho años de oposición? «Pancartero» terminó apodándole la izquierda, ¿quién lo iba a decir? Pues fíjense que por las mismas razones que entonces animaba a salir a la calle, hoy el ínclito intenta convencer de lo contrario. Ahí quedó todo, en un puro baile de máscaras, gigantes y cabezudos. Y si no, ¿qué fue de aquella lucha abiertamente denodada contra la «vergonzosa» negociación con ETA y su presencia en las «instituciones», la «terrible» ley Aido, la «inconstitucional» ley sobre el matrimonio homosexual y sus «terribles» efectos sobre la adopción, la «adoctrinadora» educación para la ciudadanía, la «represiva» ley antitabaco, la «generalizada» corrupción, las «injustas» subidas de impuestos…? ¿Dónde quedó aquel rimbombante discurso sobre el endurecimiento de las penas para los asesinos? (Hasta la cadena perpetua se llegó a pedir para los terroristas…) Y, ¿qué me dicen de aquella encendida defensa por la ley y la libertad, el respeto a las víctimas, la familia y el menor, el nasciturus…? Pero, ¡por Dios! si no fuera por Mariano Rajoy y el Partido Popular, España sería Sodoma y Gomorra… «¡Estamos salvados!», se empeñan en transmitir desde Génova y Moncloa las «jaleantes» secretaria general y vicepresidenta, tan atildadas siempre ellas.

Y el tándem De Gindos-Montoro haciendo lo propio, en ese «tanto monta, monta tanto» tan particular: «No nos han rescatado. ¡Gloria para Nos!». Y así, de paso, queda también olvidado aquel otro académico discurso sobre la reducción del gasto público, la bajada de impuestos, la disminución de la estructura administrativa y su racionalización, la reforma de la financiación de los partidos políticos y afines, la reducción de los costes laborales y las trabas administrativas, la simplificación tributaria, el mantenimiento de las pensiones… «Las claves de la recuperación», decían… Pero de lo dicho, más bien poco; puras comparsas y chirigotas para animar el cotarro electoral, o si no, ¿qué? ¿Aún alguien tendrá la barba de afirmar que lo anterior se ha cumplido con las cuatro reformitas que han animado el BOE en los últimos meses? Eso sería tener mucha cara; más que barba.

A más de un acólito economista se le deberían de haber subido los colores, visto lo que en realidad se ha hecho. Sin embargo, bien al contrario, alguno incluso se atreve a llamar imbéciles al ochenta por ciento de los españoles por no palpar como evidente una recuperación que, al parecer, está delante de nuestras narices. ¡Ay! Esos recurrentes brotes de invernadero y luces de linterna en medio del túnel… «Los mismos idiotas que antes decían que no había crisis, son los mismos que ahora no ven una tan clara recuperación», alegan sus eminencias académicas próximas a Génova 13. Y mal que nos pese al resto –ese siempre «alarmista» y «pesimista» tanto por ciento de españoles–, nos quedaremos con el calificativo de «antipatriotas» del anterior Gobierno de España, y con el de «idiotas» o «imbéciles» del actual. (No es de extrañar que Solbes haya elegido esta propicia coyuntura «intelectual» para publicar sus memorias).

Mentiras y desdichos que hablan de «no destrucción» de empleo, «mejora de la balanza comercial» y superávit de la balanza por cuenta corriente, bajada «moderada» de precios, subida «moderada» de salarios, y de un «moderado» crecimiento del 0,1% que, de un día para otro, «confirme» el final de esta segunda recesión… Pocos hablan, sin embargo, de la destrucción de más de 60.000 empresas en lo que va de año; ni las más emblemáticas harán palidecer los brotes verdes ya anunciados. ¡España va como un tiro!

Mentiras y desdichos que le han privado al ínclito, y a su triste figura, de la poca gracia que quizás en algún momento tuvo. Ya no le queda ni el erguido cigarro habano; sólo esos gestos tan faltos de convencimiento, entre muecas infantiles de llantina, que acompañan a su pobre discurso moteado de esa repetida, sorprendente y paradójica pregunta suya: «¿Verdad…?»

Ciertamente, ya apuntaba maneras cuando en plena euforia electoral acusó al «malvado» José Luis Rodríguez Zapatero de robar las «chuches» a los niños. Aquella fue una fenomenal majadería, y una frivolidad de tantas, que debería haber alertado a los españoles sobre lo que habría de venir; pero no fue así… Y el siguiente será peor; se lo garantizo. Sólo queda por saber si competirá por el título de bobo solemne o por el de ínclito pelmazo.

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