Un observador de excepción II

excepción      A ningún lector que frecuente este periódico digital  voy a desvelar las enseñanzas y la personalidad de Dº. Antonio García Trevijano. Pero sí me animo, dadas las circunstancias azarosas que estamos atravesando, a poner sobre papel aquello que bulle en mi cabeza a causa de la pedagogía que rebosa el pensamiento del <<maestro>>.

Difundir entre los no repúblicos la teoría política de Dº. Antonio, hecha suya por el MCRC, y su fórmula para llevarla a la práctica es más que necesario, es urgente; de lo contrario el sujeto constituyente estará perdido y, por lo tanto,  cualquier oportunidad de alcanzar la libertad política colectiva. Ahora, no mañana, y en la medida de las posibilidades que cada cual tenga, debemos ponernos manos a la obra para que  aquellos que se resisten a aceptar la verdad que encierra el saber descubierto por D. Antonio, no ya para España sino para la humanidad, venzan  la vergüenza y reconozcan que han sido manipulados durante décadas, que aquello en lo que creyeron – si es que creyeron – es un gran estafa.

Llegado el momento es duro para un individuo adulto reconocer que ha estado perdido como un iluso, que ha creído a unos individuos idolatrados por las masas, encumbrados por los medios de comunicación, hasta por la historia contemporánea oficial española, para descubrir ahora que han sido los peores traidores a la nación española que haya conocido el siglo XX. Pero no sólo es duro asumir tu falta de perspicacia para darte cuenta, peor es airearlo a quien quiera oír, es decir, proclamar que  has sido víctima de un engaño (al igual que los que te escuchan) que lo has advertido, no por ti mismo, sino porque te lo han mostrado (si bien siempre hubo algo en tu interior que te hacía desconfiar). Se requiere  humildad y sinceridad. Se requiere sobre todo valor, el que no todos están dispuestos a gastar en tan generoso gesto. Cada repúblico es una oportunidad  para que la verdad se abra paso en la sociedad española hasta hacerse hegemónica. Cada repúblico es un tesoro.

Un día sí y otro también aparecen en la escena política personalidades que no se entiende que se pronuncien del modo en que lo hacen de no haber tenido conocimiento de los criterios derramados en este diario, en los programas de edición propia de la radio y la televisión de la asociación, y en las intervenciones que puedan protagonizar sus miembros en los escasos medios de comunicación que se atreven a ofrecerse. Y es así, cierto como que el sol luce durante el día y la luna por la noche, porque en ningún otro sitio se atreven a decir lo que el MCRC dice desde hace más de 10 años, y D. Antonio desde siempre. Sin ir más lejos, Esquerra Republicana ha presentado recurso al constitucional para parar el 155, argumentando lo mismo que el <<maestro>> ha explicado acerca de la falsa interpretación que han hecho el gobierno y sus asesores de este artículo inocuo. Las élites políticas conocen bien a Dº. Antonio, los hechos atestiguan que están muy pendientes de su juicio certero, saben que es un observador de excepción. Su finura en el análisis es legendaria, temida, y por ello ocultada para el gran público, pero referencia para los ocultadores. Esta realidad, tan plausible para quién esté en contacto con la difusión que hace el MCRC, no trasciende más allá. Aunque ciertamente crece el número de repúblicos es evidente que toda colaboración divulgativa es poca, a la par que necesaria. Divulguemos pues.

¿Por qué un República Constitucional Presidencialista?

        Porque no hay matiz de ella que pueda superar una monarquía. La supremacía de un sistema político organizado de este modo frente a lo que pueda aportar la monarquía es más que evidente. Un monarca no rinde cuentas a nadie, está por encima de la ley. Si heredara la monarquía un lerdo sería imposible apartarle del trono, salvo que abdicara. Pero hay algo peor, que no representa tus intereses, pues no se debe a ti, ¿o acaso le eliges? No tiene un programa de gobierno que le comprometa, es rey porque sí. Haga lo que haga, incluso si decide no hacer nada, seguirá en su real papel. Actualmente tenemos un incapaz, anteriormente tuvimos un ilusionista del dinero (es consabido el arte de amasar fortunas de D. Juan Carlos por medio de corruptelas e influencias) y ambos son herederos del franquismo, ¿acaso no fue Franco quien regaló el trono al «jubilado», saltándose la línea sucesoria legítima, saltándose a su padre, D. Juan?

        Porque asegura la representación política. En España no elegimos nada, votamos. El Legislativo es votado en las generales, pero no eliges diputado, lo elige el jefe del partido. Tú, si acudes a la urna, lo ratificas. A ti no te representa, representa al jefe de su partido, que es quien le elije. Convendrás conmigo que puede saltarse sus promesas siempre que le venga en gana, si con ello no desagrada al jefe del partido de quien depende su carrera política, su medraje. De hecho legisla a tus espaldas y en beneficio de su partido, de su grupo de influencia y de sí mismo. En la siguiente votación, que no elección, te lo volverás a encontrar en la lista del partido que ratificaste,  repito que siempre que complazca al jefe de su partido. Lentejas serán te gusten o no, y como un bobo le volverás a ratificar si introduces la papeleta de ese partido. Tú no votas a personas, votas siglas, votas una oligarquía materializada en un partido político que vela por sí misma. ¡VAYA CONTRADICCIÓN!

       Porque separa los poderes. El colmo del cinismo es llamar Constitución, es decir, ley que separa los poderes, a ese compendio de normas mal redactadas o diseñadas para no ser cumplidas que nos otorgaron en el 78. La elección del Jefe del Ejecutivo no corre a cargo de la ciudadanía, con el perjuicio inmenso que supone este detalle para ella, para todos nosotros, porque ya se sabe que te debes a quién te elige, te nombra o te contrata. Eso es lo natural en todo ámbito de la vida. Y sí, lo elige el legislativo reunido con mucho boato – ya ni eso – negociando prebendas, cambiando cromos, cerrando tratos que más emulan a los que se cierran en barras de bar que a otra cosa, y todo ello en el marco incomparable del Congreso de los Diputados. Miserable contubernio que culmina con la investidura del Jefe del Gobierno. Y todavía tienen el descaro de llamar a esto democracia, cuando lo que define a una democracia es: Uno, representación política (no existe pues no eliges a tú Diputado ni al Jefe del Gobierno) y dos, separación de poderes (tampoco existe pues el legislativo es quien elije al ejecutivo y el ejecutivo participa en el legislativo sentado en el banco azul). Los españoles creen vivir en democracia desde el 78, cuando realmente viven bajo la dictadura de una partidocracia. Parece mentira que saliendo de una dictadura, no satisfechos con las humillaciones y privaciones de libertad soportadas, se dejaran embaucar por los mal llamados <<padres de la Constitución>> y por su camarilla más íntima, para  pasar  sin solución de continuidad de la dictadura de uno a la de varios. España pensó que no era suficiente  el caldo servido, que mejor preparaba varias tazas no fuera a enfriarse  alguna y no hubiera repuesto. Sí, todo un monumento a la estupidez y a la cobardía.

En una República Constitucional Presidencialista el aspirante a diputado se presentaría a las elecciones legislativas con su nombre y apellidos (ni siquiera necesitaría un partido que le avalara) en su pequeño distrito de unos 100 000 habitantes,  a doble vuelta. Si en la primera obtiene mayoría absoluta es elegido, de lo contrario habría una segunda vuelta entre los dos más votados; el que venciera en ella alcanzaría la representación de todo el distrito, incluso de quienes no le votaron en la primera o se abstuvieron en la segunda, al tener todo el distrito la oportunidad de pronunciarse sobre dos nombres. Así el resultado es asumido por el distrito en su conjunto. De la misma forma, siendo el cuerpo electoral toda la nación, se elegiría al Presidente del Ejecutivo, pero en elecciones separadas en el tiempo de las del Legislativo. Con esta fórmula aseguramos la separación de poderes en origen y la representación política, precisamente lo que no tenemos ahora. Tendríamos una democracia, la que no tenemos ahora.

Necesitamos la separación de poderes para evitar la corrupción moral y económica, para que los poderes se vigilen unos a otros. ¡Que se odien cuanto más mejor!, sólo así la nación dormirá tranquila. Y necesitamos la representación política para que el político se sienta comprometido de verdad, sabiendo que de no cumplir las promesas que hizo no volverá a ser reelegido, ¿quién votaría a quién miente o no tiene el carácter necesario para defender sus intereses? Ahora sí se  llamarían elecciones a las que antes sólo votaciones. Incluso su labor representativa podría acabar antes que la legislatura. Podría relevarle de su cargo un sustituto  (quién le acompañaría en la papeleta de elección con esa finalidad) en el caso  que la oficina de distrito (costeada por el distrito y encargada de pagar al diputado y de controlar su labor) decidiera apartar al titular en beneficio del sustituto tras cursar e investigar las quejas de los ciudadanos descontentos con su labor.

Imagina una clase política validada por una ley electoral tan diáfana y sencilla. Imagina  una Constitución redactada con la misma sencillez y claridad, sin un solo artículo que huela a ideología, formada <<sólo>> por leyes estructurales que definan las reglas del juego político, las de un SISTEMA DEMOCRÁTICO. Imagina un pueblo libre, que tiene las llaves que abren y cierran las puertas del poder, que tiene el privilegio de ELEGIR. El pueblo español no es libre, es siervo, y ya se sabe que la servidumbre es la peor enemiga del discernimiento.

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