«Pieza diplomática» de Paul-Louis Courier

STENDHAL ACERCA DE COURIER (Courrier Anglais. New Monthly Magazine, abril 1826)

Un libro que preocupa mucho a la Cámara de los pares desde hace un mes es la recopilación completa de los panfletos políticos y literarios de Paul-Louis Courier. Este grueso volumen, que fácilmente formaría dos volúmenes en octavo ordinarios, fue imprimido en Bruselas e introducido clandestinamente en Francia. Encierra la famosa carta escrita, según parece, por Luis XVIII al rey Fernando. Esta carta, de apenas cinco páginas, coloca a su autor al nivel de Voltaire.

(…)

«PIEZA DIPLOMÁTICA»1, EXTRAÍDA DE LOS «DIARIOS INGLESES»

(Se dice que fue enviada desde Cádiz a M. Canning2 por uno de sus agentes secretos que la habría obtenido de un ayuda de cámara que la habría encontrado en los bolsillos de Su Majestad católica) (1823)

A MI HERMANO EL REY DE ESPAÑA

He recibido la tuya, Hermano mío o Primo mío, puesto que somos nacidos de primos hermanos3 Hete aquí ya, gracias al cielo, libre de las manos de tus rebeldes súbditos, de lo que me regocijo contigo como pariente, vecino y amigo y enteramente de tu opinión acerca de nuestra autoridad legítima y sagrada. Nosotros reinamos en nombre de Dios, que nos da los pueblos, y no debemos dar cuenta de nuestros actos más que a Dios o a los sacerdotes, eso se sobreentiende. Añado a ello, como consecuencia igualmente indudable, que jamás debemos recibir la ley de nuestros súbditos, jamás contemporizar con ellos o, al menos, creernos obligados por tales compromisos, vanos y nulos por derecho divino. Para personas de nuestro rango sería el último grado de rebajamiento prometer a los súbditos y cumplirles la palabra, como muy bien dijo nuestro abuelo Luis XIV, de gloriosa memoria, que bien sabía su oficio de rey. Bajo él nunca se vió murmurar a los Franceses, por muchas cargas que se les impusieran ni por mucha miseria a la que se les pudiera reducir. Ni uno de ellos dijo ni pío viviendo él. Para sus guerras, sus queridas y para levantar sus palacios les quitó hasta el último céntimo, ¡eso es reinar! Carlos II de Inglaterra hizo casi lo mismo. Como nosotros, restaurado en el trono tras veinte años de exilio y de la muerte de su padre, declaró rotundamente que prefería someterse a un rey extranjero, enemigo de su nación, antes que contar con ella o consultarle sobre los asuntos de Estado4.

Sentimientos elevados y dignos de su sangre, de su nombre y de su rango. Yo, que te escribo esto, Primo mío, yo sería el más grande rey de Europa sólo con que hubiera querido entenderme con mi pueblo. Nada era tan fácil. ¡El cielo me preserve de una tal bajeza! Yo obedezco al congreso, a los príncipes, a los gabinetes y de ellos recibo órdenes a menudo embarazosas y siempre harto insolentes; sin embargo, las obedezco. Pero lo que mi pueblo quiere y yo le prometo, jamás lo hago, ¡tanta arrogancia y orgullo de mi raza tengo en mi alma! Guardemos, Primo mío, esa noble arrogancia en lo concerniente a los súbditos; conservemos cuidadosamente nuestras viejas prerrogativas; gobernemos a ejemplo de nuestros predecesores, sin escuchar nunca más que a nuestros lacayos, nuestras queridas, nuestros favoritos, nuestros sacerdotes: en ello está el honor de la corona ¡Suceda lo que suceda, perezcan las naciones antes que el derecho divino!

Sobre ese asunto, Primo mío, penetro, como ves, en todos tus sentimientos y ruego a Dios que te mantenga en ellos; pero, del mismo modo, no puedo aprobar tu repugnancia hacia ese género de gobierno que se ha llamado representativo y que yo llamo, para mí, recreativo; no habiendo en el mundo, que yo sepa, nada tan divertido para un rey, sin hablar de la no pequeña utilidad que de él nos resulta. Amo el absolutismo; pero esto… en cuanto a provecho, esto vale mucho más. No hay comparación y lo prefiero de largo. El representativo me viene de maravilla, siempre que sea yo quien nombre los diputados del pueblo, como lo hemos establecido en este país muy felizmente. El representativo de esta suerte es Jauja, Primo mío. El dinero nos llega a montones. Pregunta a mi sobrino de Angulema5, aquí contamos por miles de millones o, por decir la verdad, a fe mía que ya no contamos más desde que tenemos diputados de los nuestros, una mayoría, como se dice, compacta. Es un gasto que hacer, pero pequeño. Apenas me cuesta… no, cien votos no me cuestan al año, estoy seguro, un mes de madame del Cayla6. Mediante lo cual todo va por sí solo; dinero sin cuento ni medida, y el derecho divino no pierde nada con ello, ni dejamos de hacer cuanto queremos, es decir, lo que quieren nuestros cortesanos.

Tus Cortes te han asqueado de las asambleas deliberantes; pero una sola prueba no es concluyente. A mi difunto hermano le ocurrió igual pero eso no me ha impedido recurrir a ellas de nuevo, y bien que me he apañado.

¿Quieres ser un pobre diablo como él, que, falto de cincuenta míseros millones…? ¡Qué miseria! Cincuenta mil millones, Primo mío, no me preocupan más que una toma de rapé. Yo pensaba, ciertamente, como tú, antes de mi viaje a Inglaterra. No me gustaba nada el representativo. Pero allí he visto lo que es: si el Turco lo sospechase no querría otra cosa, y haría de su diván dos cámaras. Pruébalo, mi querido Primo, y luego me lo cuentas. Enseguida verás que tus Indias, tus galeones, tu Perú, eran unas pobres huchas en comparación con este invento, en comparación con un presupuesto discutido y votado por unos buenos diputados. Es preciso que no te asustes con todas esas palabras de libertad, publicidad, representación. Son representaciones teatrales en nuestro provecho cuyo producto es inmenso y el peligro nulo, se diga lo que se diga. Mira… una comparación te lo hará evidente. La bomba impelente… mejor aún, la marmita de vapor, que da minuto a minuto un caldo gordo cuando se la sabe gobernar pero que estalla y te mata si no tienes cuidado; esa es la cuestión, ese es mi representativo. No hay más que calentar al punto, ni demasiado, ni demasiado poco, cosa fácil. Eso les concierne a nuestros ministros, y el caldo son mil millones. Ahora presume de tu absolutismo, ese que le producía a mi difunto hermano ¿cuánto?, trescientos o cuatrocientos millones al año ¡y con cuánta pena! Aquí, cada presupuesto, mil millones sin la menor dificultad. ¿Qué te parece, Primo mío? Vamos, deja de lado tus pequeñas repugnancias y haz caldo con nosotros, en familia; no hay nada igual. Nos ayudaremos mutuamente para mantenerlo como es debido y prevenir los accidentes.

Si hubieses tenido esta marmita representativa en los tiempos de la isla de León7, no te hubiera faltado el dinero para la paga de tus soldados, que no se habrían sublevado; no me hubiera sido necesario enviarte ayuda y gastar, para sacarte de ese aprieto, quinientos bonitos millones, Primo mío. No es que quiera reprochártelo, no, eso es una bagatela, una nadería. Entre parientes todo es común: el dinero y la sangre de mis súbditos te pertenecen tanto como a mí; no los echarás en falta cuando los necesites. Te restauraría en el trono diez veces, si fuese necesario, sin incomodarme en absoluto, sin que te costase un óbolo. Tampoco te reclamaré los gastos, como se me ha hecho a mí: eso es una villanía de mis aliados. Al contrario, restaurándote os daré, a ti y a tus súbditos, tanto dinero como quieras. Lo doy a todo el mundo y pago por doquiera; he pagado mi restauración y también pagaré la tuya porque tengo mucho dinero y también mucha complacencia con los Soberanos extranjeros que me impiden recibir la ley de mi pueblo. Les pago cuando vienen aquí; te pago cuando voy a tu país. Ocupado u ocupante, yo pago la ocupación. He pagado a Sacken y a Platow8. Pago a Morillo y a Ballesteros9; pago a los Gabinetes y a las Potencias; pago las Cortes y la Regencia; pago a los Suizos; y, pagadas todas estas gentes, aún tengo con qué mantener no solamente mi guardia y una casa que, por cierto, aquí encuentran bastante pasable y mucho mejor que la de mi predecesor sino, además, a mis queridas que, naturalmente, algo me cuestan. El presupuesto da para todo, he ahí ese representativo al cual tenéis tanto miedo por ahí abajo. Tonterías de niños, Primo mío; no hay nada mejor en el mundo.

Para montar esta máquina en tu país, y ponerla en funcionamiento sin el menor peligro para tus reales personas, te enviaré, si quieres, al señor de Villèle10, hombre admirable, o a cualquier otro de nuestros amados, con una veintena de prefectos. Confía en ellos; en un santiamén te habrán organizado un par de Cámaras y un ministerio, tras el cual dormirás mientras se te va produciendo el dinero. Tendrás, desde la alta esfera en la que estamos colocados, como dice Foy, el pasatiempo de sus debates, la cosa más divertida del mundo, un verdadero guirigay de perros y gatos que se pelean por las sobras en la calle. Cuando su griterío se hace molesto, se les echan unos cuantos cubos de agua, una vez votado el presupuesto.

Otorga, Primo mío, otorga una Carta constitucional y todo cuanto de ella se sigue: derecho de elección, jurado, libertad de prensa; concede y no te apures por nada; sobre todo, no te olvides de encajar en ella una nueva nobleza a la que mezclarás con la antigua, otra especie de diversión que te mantendrá saludable y de buen humor por mucho tiempo. Sin ella, en las Tullerías, pereceríamos de aburrimiento. Cuando hayas tratado con tus Liberales, bajo la garantía de las Potencias, y jurado el olvido del pasado a todos esos revolucionarios, haz colgar a cinco o seis, inmediatamente concede una amnistía, y a los demás los haces duques y pares, particularmente si entre ellos hay quienes se hayan visto como mozos de cuerda o de cuadra; y a esos abogados, escritores y filósofos tan amantes de la igualdad, cárgalos de cordones; cúbrelos con viejos títulos y nuevos pergaminos. Luego mira… te desafío a que te entristezcas cuando los veas entre tus Sánchez y tus Guzmanes blasonar a sus séquitos y acuartelar sus escudos: es propiamente el pequeño sainete de una revolución, una comedia de la que uno nunca se cansa y que, para tus súbditos, será como un carnaval perpetuo.

Tengo muchas otras cosas que decirte y que, de momento, aplazo, rogando a Dios, Primo mío, que te tenga en su santa guarda.

Firmado: LUIS
Más abajo: DE VILLELE
Por copia conforme.
PAUL-LOUIS COURIER,
Viñador.

Traducción de Miguel Pina.

Notas del traductor

1 Panfleto publicado en Bruselas con la firma de Courier al final. De este texto, bautizado como “la marmita representativa” o “el gobierno recreativo”, Stendhal diría en la New Monthly Magazine de abril de 1826 que “sobrepasa todo lo que se ha publicado estos últimos cincuenta años”. Courier inserta su falsa carta sobre una correspondencia auténtica entre el duque de Angulema y Fernando VII que el Morning Chronicle y el Courrier Français habían publicado en octubre de 1823.

2 George Canning (1770-1827), ministro inglés de asuntos exteriores en 1822 y, posteriormente, primer ministro. Pese a ser «tory», orientó la política británica en sentido liberal.

3 El Gran Delfín, hijo de Luis XIV, tuvo dos hijos, Luis duque de Borgoña y Felipe de Anjou. Por la ley de sucesión, Luis XIV otorgó a Felipe el trono de España, bajo el nombre de Felipe V, el cual era por tanto tío de Luis XV. De ahí los términos de la primera frase, «He recibido la vuestra, Hermano mío o Primo mío…».

4 Carlos II se hizo coronar rey de Inglaterra en 1651 en Escocia. Vencido ese mismo año por las fuerzas de Cromwell, se refugió en Francia y luego se retiró a La Haya, cerca de su cuñado Guillermo de Orange. Desaparecido Cromwell, Monk, gobernador de Escocia, marchó sobre Londres con su ejército para librar a Inglaterra de la anarquía y restableció a Carlos II en la primavera de 1660. Los jueces del difunto rey decapitado fueron torturados y los partidarios de Cromwell perseguidos. La coronación tuvo lugar en abril de 1661 en Westminster. Carlos II no vió en el poder más que la oportunidad de satisfacer sus frívolos gustos, robando a manos llenas el tesoro real. Cuando se quedó sin recursos, vendió Dunkerke y Mardick a Luis XIV y aceptó de su real primo de Francia el pago de una renta. El descontento provocado por su conducta dió origen al partido de los whigs opuesto al de los tories. Varias conspiraciones fomentadas contra él fueron ahogadas en un baño de sangre.

5 Luis Antonio de Francia (1775-1844), duque de Angulema, sobrino de Luis XVIII y primo de Fernando VII, encabezó el ejército francés conocido como los «Cien mil hijos de San Luis», enviado por Luis XVIII en nombre de la «Santa Alianza» para combatir a los liberales españoles y restaurar la monarquía de Fernando VII. Este, una vez restablecido en el trono de España tras la batalla del Trocadero, escribió: «Mi augusto y amado primo el duque de Angulema, al frente de un ejército valiente, vencedor en todos mis dominios, me ha sacado de la esclavitud en que gemía, restituyéndome a mis amados vasallos, fieles y constantes». Fernando VII, en agradecimiento, le ofreció al duque el título de «Príncipe del Trocadero» y el palacio de Buenavista, ofertas ambas que rechazó el duque de Angulema, diciendo, en el caso del título, que juzgaba que «un hijo de Francia estaba por encima de eso».

6 Condesa del Cayla, Zoé Victoria Talón (1785-1852), amante de Luis XVIII. Recibió de él, el castillo de Saint-Ouen.

7 Isla de León, en Cádiz (actual San Fernando), donde comenzó, a la vez que en Cabezas de San Juan, la revolución liberal de 1820 con una insurrección de los soldados al mando de Riego y Quiroga.

8 Sacken y Platow, generales rusos. El príncipe de Osten-Sacken fue nombrado gobernador de París en 1814. El conde de Platow, comandante de los cosacos del Don permitió a sus hombres cometer pillajes y estragos durante la campaña de Francia.

9 Pablo Morillo y Francisco Ballesteros son dos generales españoles que se destacaron durante la guerra de la Independencia. En 1820 se pusieron al servicio de la insurrección. Deberían haberse opuesto al ejército del duque de Angulema. Courier deja entender que Luis XVIII les pagó para que se dejaran vencer. En efecto, capitularon tras pequeñas escaramuzas y se retiraron en Francia.

10 Jean Baptiste de Villèle (1773-1854), primer ministro de Francia con Luis XVIII.

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